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—Así que convertirte en una prostituta será tu misión —le comentaba Nifa a Petra mientras salían de la reunión con Erwin, consumada minutos atrás.

Petra respondió con un movimiento de hombros casi imperceptible. En toda su corta pero activa trayectoria como soldado, Levi no recordaba haber visto a Petra tan afectada como en este momento.

La joven luchaba por disimular su nerviosismo, pero era inútil. Apenas podía hablar. Había perdido el color de su piel y su calidez natural se había transformado en mascara de pánico lívida. Sombras profundas surcaban sus ojos y sus labios oscilaban como si temblara de frío, aunque en realidad estaba aterrada. 

A medida que avanzaban por el pasillo, el capitán observaba a Petra de reojo, esperando captar su mirada. Sin embargo, ella, que normalmente siempre estaba alerta a su presencia, había decidido ignorar a Levi y sumergirse en sus pensamientos.

Con las facciones tensas, Petra retorcía los bordes de su uniforme mientras Nifa, completamente ajena a su angustia, continuaba parloteando.

—¡Será emocionante! ¿No crees? —decía la soldado, con una extraña excitación—. ¡Es como ser un agente encubierto!

Nifa soltó un chillido. Petra le ofreció una sonrisa forzada, tratando desesperadamente de mantener la calma para no romperse a llorar.

—¿Estás nerviosa? —preguntó Nifa, con un tono curioso y reflexivo. Levi agradeció no poder leer la mente de Nifa. Era más excéntrica e impredecible que Hange.

Petra soltó una larga bocanada de aire.

—No —mintió—. Estoy bien.

—¿En serio?

—Sí.

Hange y Levi caminaban a los flancos de las dos chicas, prestando oído a la escueta (casi unilateral) conversación que sostenían.

El murmullo de los pensamientos de todos los presentes era más ensordecedor que los sonidos que llegaban desde fuera, donde resonaban el choque de acero y los gritos de soldados y rebeldes. Por suerte, la lluvia había amainado y el sol empezaba a secar el suelo.

Erwin había propuesto a Petra y, en caso de fracasar en su misión, también a Nifa, para descender a la Ciudad Subterránea junto con Benton y infiltrarse en los dominios de Gilbert.

El plan era sencillo y a la vez arriesgado.

Benton se haría pasar por un proxeneta que entregaría a Petra por unas monedas de oro. Después, se quedaría en los suburbios para garantizar el bienestar de su compañera y comunicar de vez en cuando los movimientos de Gilbert a la Legión.

Petra cumplía con todos los requisitos necesarios para el trabajo: blanca, joven y virgen. Además, poseía una belleza angelical. Gilbert no dudaría ni un segundo en añadirla al grupo de chicas que tenía esclavizadas.

Sin embargo, Levi estaba tan preocupado por el bienestar de su soldado que se sentía enfermo y mareado desde que salieron de la reunión. No podía dejar de remover el pasado. Imágenes de los abusos y maltratos a los que Kuchel fue sometida en el burdel asaltaban su mente como un torbellino.

¿Cómo haría Petra para defenderse de esos monstruos? ¿Cómo podría evitar que la tocaran?

Petra tenía un entrenamiento previo. Su padre y el mismísimo capitán se habían encargado de que ella saliera al mundo siendo una mujer fuerte e intrépida. Era una soldado, después de todo. Pero... pero... ¡Mierda! ¡También era una niña! ¡Y no merecía ser corrompida!

De repente, imaginó a Petra sollozando, desnuda sobre una cama, con un tipo que la doblaba en edad, apretándole los muslos y blandiendo el extremo de un cuchillo cerca de su cuello, mientras intentaba apoderarse de su cuerpo...

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