Capítulo 31

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Capítulo 31: la sala de los gritos

El grupo se separó una vez hubieron salido de la celda que hasta entonces había sido el lugar de reclusión de Mirio durante tres largos meses.

El propio dragón no sabía si esa franja de tiempo era exacta o no, pues había perdido la cuenta después de dos meses de experimentos, idas y venidas, sangrías* y desmayos.

Lo único que sabía a ciencia cierta es que no estaba solo, que aún quedaba gente atrapada, sobre todo niños pequeños, tanto dragones como humanos.

Izuku mantuvo aquello en mente cuando torció hacia el largo pasillo que Ochako había mencionado anteriormente.

Varias antorchas lo iluminaban y no dudó en tomar una de ellas para guiarse por aquel camino que se extendía hacia abajo, profundizando cada vez más pese a no haber una inclinación pronunciada.

A medida que caminaba, sus pulsaciones se aceleraban. Todo estaba demasiado tranquilo, y eso le asustaba... por ello, como ya venía siendo natural cuando necesitaba armarse de valor, sus dedos acariciaron mecánicamente la joya roja que pendía de su cuello, buscando así sentir que no estaba solo, que Kacchan estaba con él, apoyándolo. Que todo saldría bien.

"N-No hay vuelta atrás"  

Eso fue lo único en lo que pudo pensar cuando ante él se presentó aquella gran puerta que había detectado la bruja durante su peculiar inspección. Una gran puerta gris hecha de algún tipo de metal que le hacía sentir realmente pequeño en comparación.

Sin embargo, pese a ser pequeño, ser humano o haber llegado hasta allí sin más ayuda que la daga que le regaló en su día el príncipe Todoroki, no dudó en abrir la puerta de una patada.

Aquel no fue un acto de heroísmo. Tampoco fue su deseo ni algo que habría hecho en su sano juicio. Él habría preferido esperar a que alguien abriese la puerta para poder estudiar a su enemigo, saber si había varias personas, si podría enfrentarse a ellas y tener alguna posibilidad de salir con vida... Pero todo eso quedó atrás al escuchar aquel desgarrador grito infantil.

Un grito que le había helado la sangre al sentirlo desde tan cerca.

Un grito que lo impulsó a entrar sin miramientos, olvidándose por un momento del peligro, del miedo o de su propia seguridad.




« ¡Suéltame! »


Ahí dentro había un niño que necesitaba ayuda, y él iba a dársela.

Una vez hubo pateado la puerta, la luz de la habitación lo cegó durante escasos segundos, pero en seguida pudo acostumbrarse y tomó la daga en su mano derecha mientras sostenía aún la antorcha en su izquierda.

La sala no era muy grande, pero lo suficiente como para albergar decenas de estanterías repletas de libros, manuscritos, diagramas del cuerpo humano y todo tipo de instrumental extraño que no sabía nombrar. Había muchos botes de cristal, algunos vacíos, otros llenos de un líquido bermejo que sin duda debía ser sangre...

Pero la atención del pecoso no se centró solo en el mobiliario, sino en la gran mesa de madera que se encontraba en medio de la estancia, en el niño recostado sobre ella, maniatado de pies y manos, y en el anciano de bigote que le estaba tapando la boca al tiempo que sujetaba una jeringuilla en las manos.

Al entrar Izuku, la jeringa se le resbaló y miró al intruso ciertamente disgustado, pues la sangre que acababa de extraer se había desperdiciado.

– ¿Quién eres tú? – preguntó fastidiado. 

Midoriya lo reconoció en seguida. Era el hombre de gafas que había visto discutir con Chisaki la noche anterior, aquel que no parecía un demonio, sino un humano lo suficientemente loco como para ser cómplice de aquellas atrocidades.

Dragon king (KATSUDEKU)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora