El reino de Yuei es asediado por aterradores dragones, pero el príncipe Shoto está dispuesto a acabar con todos ellos para así deshacerse de las bestias que atemorizan a su pueblo.
Junto al escriba real, el asustadizo Midoriya Izuku, emprende un via...
Midoriya y Todoroki se conocieron cuando solo tenían cinco años. Por aquel entonces, Shoto era un niño de mirada oscura que albergaba un profundo rencor hacia su padre, pues un año antes, el rey Enji había encerrado a la reina Rei en la torre más alta del castillo.
Desde ese momento, no había día en el que el pequeño bicolor no tratara de colarse en la torre para rescatar a su madre. Lo intentó todo, pero al final, Shoto era solo un niño y los guardias lo interceptaban cada vez.
Si los soldados lo invitaban amablemente a que se marchase, el niño lo volvería a intentar al día siguiente, pero si por el contrario, era su padre quien lo encontraba intentando escabullirse, la golpiza que recibía le impediría moverse durante varios días.
Aquella era solo una razón más por la que odiar con todas sus fuerzas a ese hombre que se hacía llamar su padre. Un padre que golpeaba a su hijo de cuatro años frente a los soldados y que acto seguido golpeaba a esos mismos soldados sin piedad por no ser capaces de detener a un simple mocoso.
– Tu madre es peligrosa, Shoto. – decía su padre después de castigarlo.– Intentó matarte. Ella no está bien.
Pero eso al pequeño no le bastaba. Su madre le había estrangulado entre lágrimas, sí. Durante el forcejeo, una lampara de aceite se derramó y quemó parte de la cara, también. Pero su madre gritó histérica al ver la quemadura que ella misma le había causado y rápidamente hizo todo lo posible por atenderla.
Después había aparecido su padre. Los guardias se llevaron a su madre y Shoto... Shoto nunca volvió a ser el mismo. ¿Por qué la reina Rei había hecho eso? ¿Por qué le había hecho algo tan horrible a su propio hijo? ¿Es que había enloquecido de verdad? El pequeño Todoroki solo quería saber. Solo quería respuestas, y después de un año infructuoso en el que lo único que había logrado era recibir golpe tras golpe y paliza tras paliza, finalmente comprendió que las respuestas que buscaba no estarían a su alcance nunca.
Así, una noche cualquiera, sentando en el alfeizar de una ventana, el bicolor decidió terminar con todo de una vez por todas.
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Si no podía volver a ver a su madre y preguntarle él mismo acerca de lo sucedido, ¿qué sentido tenía seguir con esto?
Él solo quería que todo volviese a ser como antes
Él solo quería acurrucarse en los brazos de su madre y que ella le contase historias antes de ir a la cama, como había hecho siempre.
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