CAPÍTULO 25

930 90 241
                                    

La alarma comenzó a sonar a las cinco en punto de la mañana, y a penas la escuchó, Piper se estiró y se sintió extraña por unos instantes mientras sus ojos se acostumbraban a la poca claridad de aquella habitación ahora irreconocible para ella.
Le tomó unos minutos hacerse a la idea de que otra vez estaba en la granja de su abuela, y sabía bien cómo eran los días allá, así que, sin pensárselo mucho se levantó directo al baño a mitad del pasillo y luego se vistió con un atuendo que hacía años no usaba ni siquiera algo similar.
Llevaba unos jeans de mezclilla y una camisa de manga larga porque necesitaría mucha protección de los rayos del sol.
Ni siquiera tenía más que unos tenis que se había comprado para la ocasión y que seguramente al final de la semana estarían inservibles.

Arrastró los pies por las escaleras para bajar directo a la cocina e intentar despertarse con un poco de café recién hecho, y de inmediato sintió el delicioso aroma colándose por sus fosas nasales, y haciéndole rugir el estómago.
No tenía ni idea de a qué hora se había levantado su abuela, pero había todo un menú de desayuno preparado en la barra de la cocina, y cada cosa parecía tan perfectamente bien preparada, que seguramente a su abuela le había tomado bastante tiempo cocinar todo eso.

— Buenos días, abue. — saludó con un bostezo.

— Buenos días, cariño. — la amabilidad en su abuela la hizo sonreír. — Te dije que podías quedarte en la cama hasta más tarde.

— No, quiero cumplir con mis deberes. — se sirvió una taza de café recién hecho y tras un sorbo se sintió mucho menos aturdida. — Iré al gallinero a buscar los huevos del día y...

— Primero vamos a desayunar, después te diré en qué puedes ayudarme, anda, siéntate.

Piper asintió y con emoción recibió el plato repleto de comida que su abuela le servía.
Hacía demasiado tiempo que no tenía un desayuno tan sustancioso como ese, y a decir verdad, ninguna de sus comidas que consumía en Nueva York se parecía a lo que alguna vez las increíblemente suaves manos de su abuela le preparaban.
Ni siquiera pudo detenerse de comer y servirse una segunda ración, pues cada bocadillo era mucho mejor que el anterior y no podía quedar satisfecha.

Igual que no puedes quedar satisfecha de estar con Alex.

La voz en su cabeza la presionó, y comenzó a parecerle ridículo que cada cosa le recordara a la pelinegra.
Cuando terminaron de desayunar, Celeste le dió un par de botas de hule para trabajo, y la llevó primero al establo, donde llenaron los comederos de heno y Piper pudo ver a Apple Jack con su cara especialmente amable como lo recordaba, y no pudo evitar que la nostalgia la invadiera hasta los huesos.
Luego de eso su abuela le pasó un rastrillo y le pidió limpiar cada compartimiento mientras ella iba a revisar las gallinas, para luego dar un recorrido por los manzanares.
Jamás había hecho tal cosa, cuando era más pequeña había limpiado el gallinero o recolectado huevos, e incluso a veces le tocaba ir a recoger el maíz al granero para alimentar a las gallinas, pero jamás había hecho algo tan difícil.

A penas llevaba uno solo de los cubículos limpio y ya tenía la frente llena de sudor y las botas completamente sucias.
Su abuela había tenido razón, de alguna manera había salvado sus tenis de una muerte inminente, y no tenía una mejor manera de mostrarle a Alex lo que estaba haciendo, que enviándole una foto de sus botas, así que sacó su celular y enfocó la cámara a sus pies, y entonces Celeste entró al establo y con las manos en la cintura le habló.

— ¿Crees que todo eso se va a limpiar solo? — señaló el montón de paja y suciedad.

— Estoy trabajando en ello, abuela... Es solo que...

— Ese aparato te está haciendo holgazana como a la mayoría de los adolescentes.

— Yo no soy una adolescente. — se rio.

LOVE HER MADLYDonde viven las historias. Descúbrelo ahora