Capítulo 10

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Después de que acabaran las clases, bajamos para irnos. Fue gracioso escuchar a Wendy refunfuñar por el trabajo que la profesora nos había asignado. Siendo sincera, sí iba a estar complicado, porque aun si la mayoría se defendía en inglés y el nivel que teníamos, en general, era bueno, pedirnos leer artículos científicos en inglés era un tanto desconsiderado.

Vamos, que no era imposible leerlos, pero con tanta terminología científica íbamos a quedar perdidas. Si ya de por sí la literatura inglesa a veces era compleja, ahora artículos científicos que hablaban de cosas que ni en español entendíamos; eso iba a estar de locos.

Cuando estuvimos en la entrada, nos separamos. Como había acordado con mi padre, este nos esperaba cerca de la entrada. Nos subimos al auto, no sin antes saludar y escuchar que mi papá y Wendy intercambiaron un par de palabras como «Cuánto tiempo» o «Gusto en verle/verte», ya saben, las palabras de rutina cuando dos personas se encuentran después de cierto tiempo.

El camino a casa estuvo animado; los tres mantuvimos conversación sobre cualquier cosa. Dejamos a Wendy en su casa, quien feliz agradeció por el aventón. Seguido a ello, tomamos rumbo hasta nuestra casa. Aunque bueno, hicimos una parada en el camino para comprar el alimento de Zeus, que estaba a punto de acabarse.

Al llegar a casa, mi perro nos esperaba en el umbral.

—¡Hola, Zeus!—saludé en cuanto abrí la puerta y lo vi meneando su cola—¿Cómo está la cosita más hermosa del mundo?—me agaché para acariciarlo.

El perro aulló un par de veces y se acostó boca arriba para que lo consintiera.

—Parece que no te hubiera visto en años—mencionó mi papá pasando por un lado con la bolsa de croquetas para Zeus; mala idea.

En lo que intentaba pasar con cuidado para no pisar a Zeus o tropezar conmigo, perdió el equilibrio y por poco cae encima de nosotros. A mi papá se le escapó un «¡Carajo!» y Zeus de inmediato se colocó en pie y comenzó a ladrarle.

—¿Y a ti qué te pasa, perrito bobo? El que casi se va de narices fui yo—le reclamó.

El perro siguió ladrando.

—Es porque fuiste grosero. A Zeus no le gusta la gente grosera—expliqué—. ¿Cierto, amorcito?—rasqué detrás de sus orejas y el perro se calmó—. El abuelito lo hizo sin querer. Él no es grosero.

El perro aulló una vez más. Mi papá me miró incrédulo.

—De algún modo siento que se está quejando de mí y eso me ofende.

Yo solo me reí.

—Ya, ya. Fue sin querer. El abuelito es buena persona—lo acaricié por el lomo y se echó en el piso—. ¿Estás bien?—miré a papá.

—Sí, solo fue un tropezón, nada más—cambió la bolsa que traía con las croquetas a su otra mano.

—Creo que nos acomodamos un poquito mal—dije entre risas.

—No, qué va. Para nada—contestó con algo de sarcasmo en sus palabras—Que se hicieran en la mitad de la entrada no fue nada—se dio la vuelta y siguió su camino hasta la cocina.

—Fue sin querer—me excusé y seguí acariciando a Zeus.

Después de profesar mi amor a Zeus unos minutos más, descargué mi bolso en el sofá de la sala para deshacerme del saco del uniforme; el clima había mejorado y sentía un poco de calor. Me quité la corbata, desabotoné uno de los botones de la camisa y saqué la camisa de la falda para mayor comodidad. Si mi mamá me vistiera de esa manera, no estaría muy contenta.

Pure Love [En proceso]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora