Capítulo 42

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Quedarme despierta cotilleando con Samuel sobre su vida de telenovela no fue una buena decisión, ya que gracias a nuestra tertulia nocturna la mañana siguiente sucedieron tres cosas. Primero, a causa del desvelo, horas después tuve un par de ojeras monumentales adornando mi rostro; aunque honestamente, en lugar de ojeras parecían dos moretones que ni con corrector pude cubrirlos. Desde ahí, todo mal. Sin embargo, eso solo fue un detalle menor a comparación de las dos eventualidades posteriores a intentar esconder semejantes círculos negros.

Segundo, por culpa de la curiosidad desmedida, y de que cuando me lo proponía podía ser una maruja de pueblo, la trasnochada me pasó factura por andar parloteando en plena madrugada, pues me desperté no tarde, sino tardísimo. Por consiguiente, tuve que hacer cincuenta mil maromas para intentar lucir decentes en menos de 20 minutos y no morir en el intento.

¿Lo peor de todo? El baboso de Samuel estuvo presente durante toda mi crisis mañanera mientras me observaba burlón y degustaba lo que habría sido mi desayuno, si tan solo hubiese despertado a tiempo. Dadas las circunstancias, terminé cediéndolo, pues con el tiempo que llevaba, desayunar no era una opción. Algo trágico ya que acostumbraba a desayunar todos los días, y para colmo esa vez eran panqueques. Ah, y yo que los amaba tanto.

—Tic, Tac. Tic, Tac—se llevó un trozo de comida a la boca—. Se te acaba el tiempo, lindura.

—Gracias por decirme lo que ya sé...idiota—solté mientras trataba de acomodar la corbata del uniforme—. Y no hables con la boca llena, qué asco.

Samuel me ignoró y continuó devorando mis panqueques, mientras tanto, yo lidiaba con el nudo de la corbata. Por alguna razón aquella mañana el nudo(que llevaba haciendo de lunes a viernes por más de medio año,) no me salía. Hiciera lo que hiciese, no había forma de que la corbata quedara bonita. Fue solo hasta el sexto intento —cuando ya estaba a punto de lanzar la corbata por la ventana), que finalmente conseguí que se viera prolija.

Tras ello, recogí mis cosas y salí como un volador de casa, no sin antes darle un par de indicaciones al ladrón de desayunos. Ese viernes mi para nada inoportuno invitado se quedaría en compañía de la soledad, los fantasmas y Zeus.

—Te las dejo por si necesitas salir o qué se yo—le lancé el juego de llaves que atrapó sin esfuerzo—. Nada de hacer locuras. Cuida a mi bebé, y sé un buen visitante mientras no estoy...o te mando a dormir al jardín—lo escuché reírse—. Hablo en serio.

—Seguro que sí—comentó con un movimiento de mano despreocupado.

—No me retes.

—Mejor vete de aquí o te van a cerrar la puerta en las narices por demorada.

—No me ayudas mucho.

—Faltan quince minutos...—canturreó.

—¡Ya me voy!

Y tras palmear su hombro abandoné la cocina no sin antes escuchar los comentarios inoportunos de Samuel desde la entrada de la cocina:

—¡Corre! ¡Corre! ¡Corre! ¡Que te deja el bus...!

—¡Cállate!

Sin más, cerré la puerta de un solo movimiento para continuar con las desventuras a raíz de mi charla de la madrugada. Aquí viene el tercer evento. Para agregarle emoción a mi día, aquel viernes en la mañana mi madre me dejó botada. ¿Sus razones? Si me esperaba nunca arribaría a su empleo y prefería mil veces que yo llegara tarde a que ella lo hiciera. Total, lo máximo que podía suceder era que llegara después de la hora y me enviaran de visita a rectoría por ser una demora. Ella en cambio tenía una cirugía pendiente que no planeaba atrasar.

Pure Love [En proceso]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora