Capítulo 2

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La alarma sonaba de fondo. Revisé el reloj de pared que marcaba las 9 de la mañana, y yo sin motivaciones para levantarme. Con un manotazo pude apagar aquel aparato tan ruidoso. Di un par de vueltas por la cama negándome a salir de ella porque me encontraba a gusto. Todo estaba calientito allí bajo las sábanas. Intenté abrir los ojos un poco, pero la luz me obligó a cerrarlos. ¿Por qué había dejado las cortinas sin cerrar?

Una segunda vez oí fuerte y claro el estridente sonido de la alarma. Al parecer ya habían pasado los cinco minutos que según mi yo del día anterior me iban a servir para estar completamente despierta cuando la segunda alarma sonara. Vaya mentira. Tanteé con una de mis manos el lugar para volver a encontrar el despertador, porque del golpe, seguro había quedado en otro lado.

Cuando lo encontré, lo apagué y de un solo golpe, me levanté mi cama. Si seguía acostada, más tarde todo sería un desastre. Salí de mi preciado nidito de amor y fui directo a la ducha. O eso creí, porque de lo dormida que estaba, terminé en otra habitación. Y eso que en mi cuarto tenía baño privado.

—Vamos Victoria, ¡espabila!—y con ambas manos me di unas palmaditas en la cara que dolieron un poco, pero ayudaron a que despertara.

Regresé a mi cuarto y en ese momento sí entré a mi baño, para ejecutar mi rutina de aseo no muy elaborada: atender al llamado de la naturaleza, lavar mis manos y dientes, para después tomar una ducha y lavar mi rostro de bebé. Seguidamente salí corriendo a vestirme; estaba haciendo un poco de frío. Abrí mi armario y sin pensar mucho mi atuendo del día, me incliné por llevar un pantalón negro de tiro alto, un suéter ceñido al cuerpo del mismo color y una chaqueta, porque conociéndome, luego la iba a necesitar.

Busqué entre mis cajones algo de ropa interior, sin fijarme mucho si las piezas combinaban o no. Al caso, nadie más que yo la vería. Con apuro me enfundé en mi ropa para dejar de temblar, porque aunque entraba algo de luz solar en mi habitación, hacía frío. Después de estar vestida, me senté frente al tocador para peinarme. Tenía el cabello recién lavadito y con olor agradable. Batallé para peinarme los tres metros de cabello que tenía. Perdí un par de ellos, pero al final, quedó desenredado.

Lo siguiente que hice fue aplicarme crema en el rostro, máscara de pestañas, labial y perfume. Antes de continuar con cualquier cosa, agarré mis gafas de la mesita de noche y me las puse, porque no estaba viendo nada, literalmente nada, ya que hay que he de admitir algo, y es que estoy más ciega que una anciana. Mi mamá insistía en que usara lentes de contacto, pues según ella, tener ojos azules y esconderlos bajo un par de gafas tan grande, era un desperdicio. Pero a mí, simplemente me daba mucha pereza usarlos, y me daba igual. Podía tenerlos hasta de color arcoíris, y no iba a usar los lentes de contacto. Eran incómodos.

Para terminar, me calcé con mi botas favoritas, guardé todo lo que necesitaba en un bolso que encontré en algún lado y me fui, no sin antes, cerrar todo con llave. Pedí un taxi y en minutos, tal como prometía la aplicación de transporte, un taxi me esperaba ahí. Al subirme en el automóvil le indiqué la dirección de mi destino al conductor. Según Google Maps el lugar se encontraba a tan solo diez minutos de mi casa, caminando. Bastante cerca, si me lo preguntaban. Pero como no conocía ni una sola cuadra de donde ahora vivía ( me había mudado no hace mucho y no de vecindario, de ciudad), y como mi sentido de orientación era el peor de todos, no iba a tomar el riesgo de ir a pie y perderme.

En menos de cinco minutos llegué al sitio predilecto para encontrarme con mi madre. Pagué mi viaje e ingresé al local donde ella me pidió que la esperara. Debido al cambio de ciudad tan reciente, aún había cosas por solucionar, y mi querida progenitora se encargaba de hacerlas, así que últimamente ella salía antes, y después me pedía que nos encontráramos. El sitio en cuestión, era un café, no muy grande y bastante cercando a mi actual domicilio. Al ser un día ente semana, no estaba tan concurrido, pero tampoco solitario. Tenía buena pinta, guardaba un estilo moderno, pero acogedor.

Pure Love [En proceso]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora