Capítulo 16

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Eran las nueve y cuarenta de la mañana, en sábado. Sentada en la sala de mi casa, esperaba a que llegara el taxi que acababa de pedir. Mi única compañía, eran los muebles de la sala. Ni mis padres, ni Zeus estaban. Qué cosas, no. Mi padre no estaba, porque salió muy temprano en la mañana ya que tenía algunos pendientes por solucionar antes de que sus vacaciones culminaran. En cuanto a mi mamá, decidió llevar a Zeus a un spa para perros. Así como leyeron: ¡un spa para perros!; pues según ella, el "bebé de la casa" necesitaba relajarse.

Al cabo de unos cinco minutos, escuché la bocina de un auto: mi taxi. Después de cerciorarme que todo estuviera en orden, salí de casa, no sin antes dejar bajo llave mi hogarcito. No quería ser la causante de que nos desocuparan las casa en nuestra ausencia. Tras verificar que sí había dejado todo bajo seguro, me subí al vehículo. El conductor, un hombre de unos cincuenta años, me saludó con una amplia sonrisa y me pidió que le indicase la dirección a la que me dirigía. Le indiqué tal cual Wendy me había explicado, y enseguida el hombre puso en marcha el auto.

El trayecto lo encontré bastante agradable. Al ser de mañana, las vías no estaban tan congestionadas; algo maravilloso, porque la idea de quedar atascada en el tráfico no era muy tentadora. Adicionalmente, el clima estaba en su punto: ni muy caliente, ni muy frío; templado y agradable. Todo era tan perfecto, que ni me di cuenta en qué momento llegamos.

En cuanto el auto se detuvo, pagué al conductor y salí del vehículo, para encontrarme con una gigantesca casa —esquinera—, en la que mi mejor amiga vivía. Cada vez lograba sorprenderme del tamaño de la casa. Era enorme. La vivienda constaba de tres pisos con una fachada de piedra bastante moderna, rodeada por un extenso jardín. Por fuera se veía imponente. No me quería imaginar cómo era por dentro.

Llamé al timbre junto a la gran reja negra que rodeaba la casa. No sé por qué, pero andaba un poco ansiosa por conocer la caza de Wendy. Aunque varias veces la trajimos a su casa, en ninguna ocasión había estado dentro de ella. Después de unos segundos de espera, se abrió la puerta principal y pude ver como una gran bola de pelo corría en mi dirección.

—¡Koko!—chilló Wendy, desde la entrada.

El nombrado saltó contra la reja causando que esta se sacudiera. Era un samoyedo precioso. El animalillo (apoyado en la reja), no dudó en comenzar a ladrar descontroladamente. Eso me asustó un pelín.

—¡Ya basta, Koko!—vociferó Wendy acercándose a la reja para intentar moverlo, pero este ni se inmutó y prosiguió con su serenata de bienvenida—. Ah, lo siento tanto. Este perro tonto se aloca con nada—se interpuso entre la reja y el perro, para abrir la puerta.

Desde mi posición, me arriesgué a darle un par de caricias sobre la cabeza, sin saber que reacción tendría. Gracias al Señor, en vez de propinarme unas cuantas mordeduras, se mostró dócil ante mi tacto. Claro que tampoco tan dócil, porque en un arranque de quién sabe qué, intentó brincar sobre mí y por poco me hace caer.

—Vamos, Koko. ¡Relájate! Ni que nunca hubiese visto a una persona.

Pero el perro ni al caso, siguió intentando saltar hacía mí.

—Debe ser por Zeus. Seguro siente su olor en mí—aseguré acariciando a la gigantesca bola de nieve que se negaba a dejarme quieta.

Se me hacía tierno que moviera la cola y quisiera que lo consintiera. —Bueno, Koko, ya. Sé un buen perrito y quítate de ahí. Necesito abrir la reja—pidió ella.

Pero el perro ni se inmutó. En su lugar, le ladró a Wendy.

—¡Grosero!

En vista de que el canino no quería dejarme entrar, Wendy recogió un juguete que había en el jardín, y lo lanzó lo más lejos posible de la reja para que Koko me diera chance, aunque sea, de pasar de la reja. El perro salió como una bala en búsqueda de su juguete, momento que aproveché para entrar creyendo que Koko se olvidaría de mí, después de que se fuera jugar con su pelota. Qué ingenua.

Pure Love [En proceso]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora