Capítulo 27

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Después del sábado, pensé que la próxima vez que me toparía con Leonardo, fuera de su personaje como maestro, sería una eventualidad que tomaría lugar en algún punto de un futuro no muy cercano. Digo, ya que Daniel había conseguido lugar, no había motivo para encontrármelo. Tampoco creía que coincidir con él fuera algo sencillísimo. Sin embargo, fue más rápido de lo que pude imaginarlo.

De hecho, la semana siguiente a la mudanza, el jueves en la tarde —por azares de la vida—,nos encontramos. Yo iba andando por la calle con Zeus, a eso de las cinco de la tarde dando su paseo diario. Generalmente acostumbraba a salir con mi pequeño angelito a esa hora. No hacía mucho sol y las calles no estaban ni tan vacías ni tan llenas. Era el momento perfecto para salir.

Total, íbamos disfrutando de la vida;  de regreso a nuestro dulce hogar. De retorno a casa, pasamos frente al café donde antes me vi con Leonardo (cuando no era mi maestro), y también conocí a la abuelita que me confundió con una ratera. Al pasar frente al sitio, unas fuertes ganas de tomar café me invadieron. Y cómo no, si alguien abrió la puerta y olía exquisito. Sin embargo, no llevaba ni un peso, por lo que pensé que tendría que irme sin mi cafecito.

Pero, como a veces la vida no es tan sádica, los milagros ocurren. Y esa vez me tocó a mí recibir un pequeño obsequio de la vida. Mientras revisaba uno de los bolsillos de mi chaqueta, con la esperanza de encontrar una moneda (aunque fuese para un dulce), encontré un billete. Y no cualquier billete, ¡uno de los grandes! Al sol de hoy no sé cómo llegó a mi bolsillo, pero verlo ahí, fue un hallazgo inaudito que casi lloro de la alegría.

Cuando quise regresar  para comprarme algo, las cosas no salieron como esperaba. Zeus, en lugar de seguirme, decidió andar en dirección contraria y a ladrar con entusiasmo. Eso me asustó, y más, porque casi me tumba. El perro tuvo intenciones de echarse a correr, pero lo sostuve fuerte del lazo. Al girarme, para ver por qué mi perro quería llevarme a rastras en dirección contraria, vi nada más y nada menos que al mismísimo Leonardo Vega, quien se acercaba a nosotros.

—Bueno, bueno. Pero qué tenemos aquí—dije—. Si es el mismísimo Pedro Armando.

—El único e inigualable —respondió.

Enseguida Zeus se abalanzó a él para que le diera mimitos. No me tomó por sorpresa. Cuando Leonardo estuvo en casa, Zeus lo aceptó con facilidad. Y eso que iba solo a veces. Ah, pero a Daniel, hasta el último día le ladró e incluso lo mordió.

—¿Qué lo trae por aquí, a su eminencia?

—Un par de asuntos aburridos y la intención de tomar café.

—Qué curioso, porque justamente me dirigía allí—señalé el local.

—En ese caso...¿no le gustaría a la señorita acompañarme?—sonreí— Ah, pero Zeus tendría que quedarse afuera...—acarició la cabeza del susodicho, y el canino, gustoso se dejó.

—Sí...pobrecillo—dije—. Aunque ya que estamos aquí y tenemos intenciones similares...se me ocurre algo.

—Soy todo oídos.

—Bueno. Si aquí el señor no está muy ocupado, podríamos tomar algo en el parque que hay aquí cerca—comenté—. Así mientras uno entra y compra, el otro cuida a Zeus, porque me da pena dejarlo por tanto tiempo solo...¿cierto, bebé precioso?—utilicé el tono de voz más aniñado que encontré para dirigirme a mi can-hijo.

Vi de soslayo que el sujeto presente sonreía divertido

—Me parece prudente—respondió—. Si así es, iré yo.

—Perfecto, entonces toma—saqué mi billete milagroso—. Compra dos cafés. Para mí uno negro, sin leche y sin azúcar. No sé cómo querrás el tuyo, o si prefieres otra cosa...Como un granizado de colores o qué se yo.

Pure Love [En proceso]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora