Capítulo 41

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A pesar del sin fin de situaciones extrañas en las que me vi envuelta y escenarios surrealistas de los que jamás pensé ser parte, aquella larguísima cena (junto con el final del miércoles), transcurrió bastante bien. Bueno, en parte, porque ser interceptada por mi padre segundos después de que Leonardo desapareciera puertas adentro no fue algo precisamente divertido.

Ese sí que fue el susto de sustos, porque con oír la inconfundible voz del señor Torres llamándome por mi nombre y apellidos fue suficiente para sentir el verdadero terror. Su repentina aparición acompañada de un tono de voz poco amigable me hizo creer que tal vez mi progenitor había visto algo que no debía ver.

Para mi fortuna (y mi tranquilidad), la única razón por la que me buscaba con premura se debía únicamente a las demandas de mi fantasiosa madre, quien no pudo aguantar un par de minutos en mi ausencia pues llegó a creer que en verdad me había fugado con el auto y lo había chocado en algún lugar de la ciudad. La fe que esa mujer me tenía era sencillamente inexistente. Pero bueno, más valía que me buscara por culpa de los delirios de mi madre, y no porque llegó en el momento menos indicado.

Más allá de ese minúsculo detalle (y lo que ya conocemos), después de todo no estuvo tan mal ir a aquella cena. Incluso si al día siguiente estuve a punto de caerme dormida en plena oración matutina, puesto que la noche anterior llegamos tarde, y mi yo que acostumbraba a dormirse temprano, no le sentó muy bien estar despierta más de lo necesario. A veces me sorprendían las actitudes de ancianita que podía llegar a tener.

Ese jueves, gracias al sol, la luna y las estrellas, fue un día tranquilo. No sucedió ningún evento en particular aparte del frío y la lluvia torrencial de la mañana que alborotó un poco mis alergias. Pero nada del otro mundo; la jornada fue muy corriente. Tuvimos las mismas clases de todos los jueves sin ninguna alteración. La profesora de ciencias siguió avanzando en tema a una velocidad abrumadora, la bruja de historia nos gritó como solía hacerlo, y trabajamos sin descanso en el woorbook con música de fondo. Cortesía de la profesora de inglés.

De resto, además de estar moqueando gran parte de la mañana, y que las personas creyeran que llevaba tres días llorando, no hubo suceso alguno que podemos destacar. Al menos hasta antes de la salida. Pues mientras que Wendy y yo esperábamos en la estación a que nuestro autobús apareciera, me enteré de que un nuevo intruso invadiría mi casa. Así es, otro polizón; como si mi hogar se tratara de un refugio para los desamparados.

Para mi agrado, en lugar de tener a algún otro primo fastidioso merodeando por ahí, esta vez se trataba de un presunto mejor amigo fastidioso, quien por los siguientes días estaría en la ciudad y necesitaba de un refugio durante su estadía. ¿La razón de su visita? «Estaba aburrido de estar en su casa y necesitaba cambiar de ambiente». Eso fue lo que me respondió después de preguntarle por WhatsApp a qué se debía tal acontecimiento.

Porque sí, el anuncio de su llegada lo hizo por medio de mensajes de WhatsApp. Lo peor de todo fue que él se autoinvitó a mi casa. Ni siquiera preguntó si podía quedarse en casa o algo. Sencillamente me envió el siguiente mensaje: «Hola bestie...La otra semana llego a la capital y me voy a quedar en tu casa. Besitos». Y ya. Después de ello no volvió a responder los muchos mensajes que le envié para que me diera más detalles.

—Ese idiota hace lo que quiere—dijo Wendy entre risas mientras leía el chat—. No sé cómo te lo aguantas.

—Créeme que yo tampoco.

Pero las cosas no quedaron solo en la monumental ignorada de mi intento de mejor amigo, alias Samuel. Para nada. Entrada la tarde, a eso de las cinco, mientras me tomaba un descanso de ser una estudiante aplicada y revisaba redes sociales, recibí un par de notificaciones de WhatsApp: cuatro mensajes nuevos de un grupo al que acaba de ser añadida y se llamaba Las divinas se van de gira.

Pure Love [En proceso]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora