Capítulo 4. Reflexiones con una adolescente

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Martín

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Martín

Me senté en la silla de mi nuevo escritorio, situado debajo de la ventana con unas vistas increíbles a toda la calle. Miré el folio intacto junto a mi pluma estilográfica que dejé anoche sobre él. No fui capaz de trazar ni una mísera línea. No me atreví. Mi mente estaba en otra parte. En otros ojos y otros lunares.

Me armé de valor y cogí la pluma para depositar en el papel todos los pensamientos que me acechaban desde la noche anterior. Desde que apareció en Eco.


Ayer la volví a ver por primera vez después de que dejáramos de ser nosotros. No pude reaccionar a pesar de que todo mi cuerpo quisiera acercarse a ella anhelante de su tacto. Sigue siendo la misma pero, al mismo tiempo, ya no lo es. Ahora es más mujer, a pesar de que sigue manteniendo ese brillo en la mirada que no se ha ido enfriando con el paso del tiempo. Incluso me atrevería a decir que mejora con los años, como el buen vino.

Llevaba los labios pintados de un rojo intenso y batía sus largas pestañas de esa manera tan suya, con la lentitud que la caracteriza cuando se sorprende. El tatuaje que lleva debajo del hombro está hecho para ella y es curioso que la Luna se lleve a sí misma sobre la piel.

Estaba tan cerca que pude ver que la cantidad de sus pecas ha aumentado y aun así, siguen formando constelaciones. Está claro que no esperaba verme allí y yo tampoco. Tal vez, ese fue el motivo por el que la Luna desapareció esa noche.


Solté la pluma encima del escritorio y suspiré. Mis ojos se pasearon a lo largo del papel, releyendo una y otra vez las palabras que había dejado plasmadas en él. Me sobresalté al escuchar tres golpes en la puerta de mi habitación y guardé el folio en el primer cajón del escritorio con gran rapidez.

La puerta se abrió y apareció mi hermano, enfundado en un traje de color azul marino.

—¿Qué tal la resaca de ayer? —me preguntó desde la puerta—. Cuando me fui a trabajar aún estabas dormido.

«Imposible, no he pegado ojo en toda la noche», pensé.

—Bien, no bebí mucho —me limité a responder—. ¿Y ese traje? —desvié el tema de conversación.

—Acabo de llegar del bufete —suspiró y pasó una mano por su pelo, echándolo hacia atrás—. Ha sido un día de mucho trabajo, necesito darme una ducha y volver a cambiarme porque he quedado para cenar con Natalia. ¿Tú vas a salir hoy? —Aflojó su corbata y desabrochó algunos botones de la camisa.

—Puede ser. —Me encogí de hombros—. Pero si salgo no volveré tarde, daré una vuelta por la zona.

—¿Vas a ir con Alejandro? —preguntó interesado—. Es un buen chico.

—No, me apetece ir solo.

Noel asintió con la cabeza y dio unos golpecitos con el dedo en el marco de la puerta antes de darse la vuelta y caminar en dirección a su cuarto.

Todas las lunas que compartimosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora