Martín
Cuatro semanas después...
Deambulaba por las empedradas calles de Verona. El suave murmullo de la vida cotidiana se mezclaba con el romántico susurro de la brisa italiana. El sol del atardecer tenía los edificios de colores cálidos, mientras las sombras se alargaban en mi camino. Mientras paseaba, mi mirada se detuvo en una figura familiar que me daba la espalda, con una melena rubia ondeando con gracia.
Intrigado, me acerqué con cautela. Cabía la posibilidad de que me hubiera confundido de persona y necesitaba asegurarme. La multitud de turistas que colmaban las estrechas callejuelas parecían desvanecerse a mi alrededor. La chica rubia estaba concentrada en su tarea, enfocando con un móvil en dirección a un grupo de turistas que posaban frente a ella.
La certeza se apoderó de mí cuando pude verla de perfil y mi corazón se aceleró. Era Alma. Observé con una sonrisa cómo ella, ajena a mi presencia, se concentraba en capturar el instante para aquellos turistas entusiasmados.
Decidí esperar a una distancia prudencial, recordando los viejos tiempos. Mientras Alma guiaba a los turistas con gestos amables, yo la admiraba en silencio como siempre lo había hecho. Las cuatro semanas que estuvimos separados fueron largas, pero valió la pena la espera.
Los turistas agradecieron y se despidieron, dejando a Alma sola en el corazón de Verona. Me acerqué con pasos llenos de anhelo y con una sonrisa pintada en los labios, esperando pacientemente ser notado por ella. Cuando Alma levantó la vista, se encontró conmigo y pude ver cómo se desencadenaba un brillo especial en sus ojos, pero su cuerpo no reaccionó hasta que estuve frente a ella y la estreché en mis brazos. Se relajó y me apretó con fuerza contra ella. Escondí mi cabeza en el hueco de su cuello y dejé un beso en él que erizó su piel. Nuestros corazones latían al unísono, intensificando el pensamiento de que el tiempo separados solo había fortalecido nuestro vínculo.
—Has venido.
—¿Creías que no lo haría? —pregunté, recorriendo con la mirada las pecas de su nariz.
—Esperaba que lo hicieras.
—Compré el billete el mismo día. En cuanto volví del aeropuerto —confesé.
—¿En serio?
—¿Tanto se sorprende?
—La verdad es que no. —Soltó una carcajada—. Solo me estaba haciendo la interesante.
Metí la mano en el bolsillo de mi pantalón y saqué el candado que compramos hacía mucho tiempo. El mismo sobre el que escribimos nuestras iniciales y que me dio el día que voló hacia Praga.
—¿Quieres que lo colguemos como pensamos hacer en su momento? —le propuse.
—Sí. —Alma me mostró una sonrisa sincera—. ¿Vamos?
Me tendió la mano y entrelacé mis dedos con los suyos. Alma empezó a caminar por la calle hacia arriba y yo, sin saber hacia dónde iba, me dejé guiar por ella por las estrechas callejuelas por las que me llevaba.
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Todas las lunas que compartimos
RomanceCuando Martín vuelve, Alma tiene el corazón roto y su reencuentro hará temblar los cimientos sobre los que han construido sus vidas. *** Alma de Luna trabaja como recepcionista en Caelum. Sin embargo, pasarse todo...