Alma
Salí de casa con el tiempo al cuello, igual que todos los días de mi vida. Sin embargo, aquello no impidió que hiciera una parada en Azúcar y Canela para comprar algún dulce para merendar. Empujé la puerta y las campanas tintinearon para avisar de la entrada de un cliente. Un olor muy agradable me envolvió en cuanto puse un pie dentro. Rosa apareció con su típico delantal, su distintiva sonrisa y un par de barras de pan de centeno que dejó junto a las demás.
—Hola preciosa, ¿qué vas a querer hoy? ¿Una palmera de chocolate? —me preguntó.
—No, hoy me apetece cambiar.
Miré el expositor que estaba a rebosar de comida y no pude apartar la mirada de los productos que se exhibían. A pesar de la cantidad, todos ellos estaban ordenados meticulosamente en distintas bandejas. Si hubiera sido por mí me habría llevado una unidad de cada dulce pero hubo uno de ellos que captó mi atención, ya que nada más verlo comencé a salivar.
—¿Me puedes poner una magdalena de chocolate?
—Claro, dime cuál quieres.
Rosa cogió unas pinzas para alcanzar el dulce sin tocar el resto con las manos.
—Esta de aquí. —Señalé la que a simple vista me dio la impresión de que era un poco más grande que el resto.
Cogió la magdalena y la metió en una bolsa de papel.
—Son 80 céntimos. —Dejó la bolsa sobre el mostrador y busqué las monedas en mi cartera—. ¿Qué tal va todo?
¿Qué podía responder a esa pregunta? ¿Que todo estaba patas arriba y no tenía muy claro cómo me sentía desde que mi ex volvió de Lyon hacía unas semanas? ¿Que intentaba mantenerme apática con él pero no podía así que me ponía a la defensiva? Opté por la solución más sencilla.
—Todo bien. —Sonreí e intercambié el dinero por la bolsa de papel.
—He oído que vais a hacer una fiesta por el aniversario del hotel. Cincuenta años ya. Qué rápido pasa el tiempo, ¿verdad?
—Sí, justo ahora mi padre va a dar una reunión sobre el aniversario y todo lo que tenemos que organizar.
—Entonces no te entretengo más que vas a llegar tarde.
—Llegaré tarde de todas formas, no te preocupes. Adiós —me despedí.
—Hasta luego. Que aproveche.
—Gracias.
Tiré de la puerta y las campanas volvieron a sonar. En cuanto puse un pie en los adoquines de la calle abrí la bolsa de papel y saqué la magdalena que acababa de comprar. Le di un primer mordisco y aquello fue lo más parecido que había sentido a tocar el cielo con los dedos. Era esponjosa y el toque de chocolate hacía que fuera mucho mejor.
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Todas las lunas que compartimos
RomanceCuando Martín vuelve, Alma tiene el corazón roto y su reencuentro hará temblar los cimientos sobre los que han construido sus vidas. *** Alma de Luna trabaja como recepcionista en Caelum. Sin embargo, pasarse todo...