Capítulo 28. El declive de una noche para recordar

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Martín

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Martín

Podría catalogar aquella noche como un éxito rotundo. Hasta el momento, todo había salido sobre ruedas, incluso mejor que en cualquiera de los escenarios que había imaginado en mi cabeza. Eso sí, exceptuando la incomodidad del momento en que nuestras familias decidieron que era una buena ocasión para presentarse. Eso sí, actué lo mejor que pude, procurando que mis expresiones no me delataran. Además, consideré que el resultado fue satisfactorio.

Las puertas del ascensor del edificio se abrieron y dejaron a mi vista el rellano en el que se encontraban dos puertas: la de la casa donde vivía Alejandro y la de mi hermano. Introduje la llave en la cerradura, intentando hacer el menor ruido posible para no molestar ni despertar a nadie, y entré en la casa. Había un silencio sepulcral en toda la vivienda que intenté mantener mientras caminaba hacia mi dormitorio.

Después de la larga noche, estaba muy cansado. Lo único que necesitaba era darme una ducha y meterme en la cama. Dejé la americana en la silla de mi escritorio y empecé a desabrochar los primeros botones de la camisa. Con cada botón recordé un detalle de la noche. Con el primero, mi cerebro reprodujo la imagen de la primera vez que vi a Alma con su vestido rojo, vestido con el que soñé más de una noche. Con el segundo botón, recordé sus dedos desabrochando mi camisa y sus manos recorriendo mi torso. Con el tercero, los labios rojos que besé hasta desgastarlos y sus brazos sobre mis hombros. Con el cuarto recordé el embarazoso encuentro con nuestros padres. Con el quinto botón, las conversaciones en la azotea de Caelum hasta ver las luces del alba. Con el sexto, un momento mucho más reciente, el trayecto de vuelta a casa con la parada espontánea para comprar aquella palmera de chocolate.

Dejé la camisa sobre la chaqueta y me dirigí al cuarto de baño para darme la ducha que tanto ansiaba antes de dormir. Gracias al reflejo del espejo fui capaz de ver una mancha de carmín en el cuello, justo debajo de mi mandíbula. ¿Alguien más la habría visto? Intenté hacerla desaparecer frotando con el dedo pero lo único que conseguí fue extenderla más. Alma ya no solo había dejado huella dentro de mí, sino que también había dejado marca en mi piel.

Abrí el grifo para atemperar el agua y que no estuviera demasiado fría a la hora de ducharme. Esperé, mirando el móvil y comprobando las últimas actualizaciones en las redes sociales, cuando un ruido en la entrada llamó mi atención. Cerré el grifo para poder fijarme en aquel sonido que se volvió a repetir acompañado de pequeños golpes. Fruncí el ceño, extrañado por la procedencia de aquel estruendo. En lugar de quedarme dentro del cuarto baño encerrado con el pestillo, opté por salir al pasillo y averiguar de dónde provenía.

En cuanto abrí la puerta del baño y crucé el umbral de la puerta, me quedé en shock ante lo que vieron mis ojos. Me quedé inmóvil. Por un momento no fui capaz de reaccionar ni de pronunciar ni una sola palabra.

—Si no colaboras yo no puedo —dijo, dejándolo caer en el suelo porque casi no era capaz de mantenerse en pie.

—Me da igual... —Arrastró las vocales al pronunciarlas. Por si había lugar a dudas con aquello terminó de confirmar que estaba ebrio—. Me quedo aquí.

Todas las lunas que compartimosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora