Capítulo 40. Cena de desconexión

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Alma

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Alma

Salí a la calle con mi falda más corta y unas botas por encima de la rodilla. Esa noche había quedado con Iris y Marta para cenar en Caos. Cuando me lo propusieron, no estaba por la labor, pero tras mucho insistir, terminé aceptando. Acepté porque necesitaba un respiro después de la situación que me estaba tocando vivir. En principio solo iba a ser una cena, aunque la noche acabó alargándose.

Como de costumbre, llegaba tarde y las dos hermanas me estaban esperando sentadas en el bar. La noche no era muy fría, acostumbrada a las noches anteriores casi parecía una noche de primavera. A pesar de la confusión y el dolor que todavía me perseguían, estaba decidida a mostrar mi fortaleza a mis amigas. No quería que se preocuparan más de la cuenta o me vieran desmoronarme, sobre todo cuando ya habían soportado el mismo tema más de una vez.

Con una sonrisa forzada, atravesé la puerta de Caos y entré en el bar. Me esforcé por parecer optimista y llena de ánimo. Estaba lleno, lo que se podía esperar de un sábado por la noche. La atmósfera era caótica, haciendo honor a su nombre y las conversaciones elevadas impregnaban el ambiente, eran tan altas que no escuchaba el sonido de mis botas.

Caminé directa a la mesa del tablero amarillo, sabía que Iris y Marta habían tomado asiento en ella antes de verlas. La mesa estaba cerca de la ventana y allí estaban las dos hermanas charlando animadamente con dos cervezas. Me acerqué a ellas y Marta fue la primera que percibió mi presencia y avisó a su hermana, quien desvió la mirada hacia mí.

—Hola, chicas.

La voz no me salió con tanta fuerza como lo hacía habitualmente y ellas se dieron cuenta de ese detalle. Lo noté en su manera de mirarme, como si les diera pena. Sin embargo, fingí que no había sido consciente de ello.

—¿Cómo estás?

—Bien. —Sonreí y tomé asiento en el taburete que quedó libre—. ¿Pedimos lo de siempre o preferís innovar? —No me apetecía ser el centro de la conversación justo después de llegar e intenté desviarlo, centrándome en el menú.

—Lo que prefiráis. A mí no me importa.

Marta me conocía tanto que desde el primer momento supo que no quería hablar del tema. Acabamos pidiendo lo mismo de siempre porque no éramos capaces de ponernos de acuerdo en un plato distinto.

—El otro día fue al hotel tu amiga Judith —le dije a Iris.

—¿Ah, si? Qué raro. —Frunció el ceño.

—Iba con un chico y no quería llevarlo a su casa porque dice que después nunca se quieren ir y ya no sabe cómo echarlos. A partir de ahora ese va a ser su modus operandi para poder huir cuando quiera.

—Oye, pues es un buen truco. Lo voy a usar a partir de ahora —respondió antes de beber un par de tragos de su cerveza.

—Iris, por favor. No necesitaba esa información. —Marta se tapó los ojos con la mano.

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