Capítulo 6. No soy de piedra

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Alma

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Alma

Pasé una mano por mi frente y aparté un pequeño mechón de pelo que coloqué detrás de mi oreja. La temperatura del aire acondicionado era baja para combatir las altas temperaturas que había durante el día en el exterior y, a pesar de que mis brazos estuvieran cubiertos por una blazer negra, la tela no evitaba que mi piel se erizara. Me abracé a mí misma y acaricié mis brazos para entrar en calor. Nunca me había gustado el frío.

El sonido de unos zapatos de tacón chocando contra el suelo captó mi atención. Desvié la mirada de la pantalla del ordenador y vi a mi madre caminando con paso firme por el vestíbulo del hotel. Su pelo rubio peinado con sus características ondas caía sobre sus hombros. Nos parecíamos tanto físicamente que daba miedo. En cuanto al carácter, la historia cambiaba bastante. Amalia Ortiz era la dulzura personificada y yo era una rancia con facilidad para enfadarse.

Se acercó a la recepción del hotel con una amplia sonrisa y se coló detrás del mostrador.

—¿Cómo lleva el día mi pequeña? —Arregló mi pelo con los dedos como llevaba haciendo desde que tenía uso de razón.

—Bien, pero el frío que hace en este vestíbulo no es normal. Parece que estemos dentro de un iglú —me quejé.

—Cariño, no dramatices. Solo hace un poco de fresquito.

Fruncí el ceño y apoyé la palma de mi mano en el mostrador. Mi madre puso un dedo en mi entrecejo para que relajara mi expresión facial.

—No hagas eso porque dentro de unos años te quejarás por las arrugas.

—No me doy cuenta cuando lo hago. Me sale solo. —Me encogí de hombros.

—Así parece que siempre estés enfadada. Con la cara tan bonita que tienes.

—Eso lo dices porque eres mi madre.

—No lo digo solo por ser tu madre. Es la verdad. —Miró el reloj plateado de su muñeca—. Te queda poco para terminar el turno, ¿verdad?

—Sí, me quedan veinte minutos para acabar. Una cosa, ¿sabes dónde está papá? —pregunté.

—Está reunido en su despacho con un chico del bufete. A partir de ahora será nuestro abogado después de la jubilación del señor Alonso.

Esteban, uno de los empleados del hotel, se acercó a la recepción con nerviosismo. Sus rizos pelirrojos que solían estar perfectamente definidos y peinados, no lo estaban tanto como de costumbre.

—Señora Ortiz, no nos salen las cuentas del vino. Hace unos días cuando hicimos el recuento estaba todo en orden. —Su voz era temblorosa—. Pero ahora me he dado cuenta de que falta una botella de Ribera del Duero. De reserva —puntualizó. Casi pude oír cómo tragaba saliva.

—¿Cómo es posible?

Me rasqué la nuca. De pronto, noté como si la temperatura hubiera aumentado diez grados en un solo segundo. Un sudor frío recorrió mi espalda y desvié la mirada hacia la pantalla del ordenador, que se había apagado tras varios minutos sin tocar el ratón o utilizar el teclado.

Todas las lunas que compartimosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora