Capítulo 15. Frentes abiertos

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Alma

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Alma

Guardé una de mis sudaderas en la maleta y la cerré. Solo nos fuimos dos días pero, aun así, me llevé ropa como para vestir a todo un regimiento. Nunca eran suficientes prendas, más aún si tenía en cuenta que no había planes preestablecidos y, por lo tanto, no podía saber que necesitaría. Arrastré la maleta hasta la puerta principal de mi casa pero, antes de salir, me dirigí hasta la cocina y escribí en un papel:

«Si estáis leyendo esto es porque ya me he ido. Nos vemos mañana por la noche. El trozo de tarta que hay en la nevera es mío, no os lo comáis.

Os quiero,

Alma.»

Fui hasta la nevera y sujeté la nota con un imán que compré en un viaje a Bruselas. Volví a mi habitación y le eché un vistazo por encima para observar cómo había quedado después de mi ardua pelea con el armario. Sinceramente, el orden dejaba bastante que desear y brillaba por su ausencia pero si me entretenía adecentando mi dormitorio llegaría tarde. Y no quería que ocurriera después de la apuesta que hice con Marta en la tarde del jueves. En lugar de ordenarla, cerré la puerta porque de esa manera el caos pasaba desapercibido.

Bajé las escaleras que me llevaban a la planta baja sujetando la maleta a pulso porque el edificio carecía de ascensor. Di gracias de vivir en el primer piso y no en el tercero, ya que me ahorraba un buen tramo de escalones. Cuando llegué al descansillo dejé la maleta en el suelo y tiré de ella hasta la calle. Llegué a tiempo pero no admití en voz alta que adelanté diez minutos todos los relojes de mi casa para engañar a mi subconsciente.

Diez segundos después de pisar los adoquines, el coche azul del padre de Marta giró una esquina para incorporarse a la calle. Fue reduciendo la velocidad hasta que se detuvo delante de mí. Bajó la ventanilla del copiloto y se asomó por ella.

—No me lo puedo creer.

—Cuando me propongo algo lo cumplo. —Apoyé la mano en el coche y me agaché para ver la cara de sorpresa de mi mejor amiga—. Vas a tener que ayudarme con los centros de flores.

Marta se desabrochó el cinturón de seguridad y bajó del vehículo.

—Aunque hayas bajado a tiempo, no la líes este fin de semana, por favor. Tengamos unos días tranquilos para pasarlo bien entre amigos. —Cogió mi maleta y la llevó hacia el maletero del coche.

—Es que Martín no es mi amigo. —Marta me dirigió una mirada cansada—. Me conoce muy bien y sabe buscarme las cosquillas.

—Y tú también a él.

—Algo positivo tenía que haber después de haber estado casi un año con él. —Abrí el maletero del vehículo y metí mi maleta.

—Pensaba que estuvisteis menos tiempo.

—No. Fueron once meses. —Cerré el maletero.

—Y habrían sido más.

—Eso no lo podemos saber.

Todas las lunas que compartimosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora