Capítulo 25. Vestido y labios rojos

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Martín

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Martín

Quedaba poco tiempo para el evento. En una escasa media hora tendríamos que estar allí y debía preparar rápido, de la mejor manera posible, las cartas que iba a jugar para que acabara siendo una noche redonda. De lo que no fui consciente fue que cualquier mínimo detalle podría hacer que se desmoronara todo y tuviera que improvisar sobre la marcha.

Abroché los últimos botones de mi camisa frente al espejo. Me puse la americana azul y no fui capaz de reconocer a la persona que reflejaba aquel cristal. Me sentía disfrazado de alguien que no era yo porque no me sentía cómodo vistiendo prendas tan formales. A pesar de que sabía que la ocasión lo ameritaba y era lo que el protocolo marcaba.

Intenté ponerme una corbata, de hecho, lo hice, con un nudo perfecto. Sin embargo, terminé quitándomela y desabrochando un par de botones de la parte del cuello porque me veía ridículo de aquella manera. Me arreglé el pelo con mi peine de confianza, pero acabé de atusarlo con los dedos. Cogí mi botella de colonia y rocié mi cuello con su contenido. Cuando salí del cuarto de baño, con la corbata en la mano, me encontré a Natalia haciéndole el nudo de la corbata a mi hermano mientras él se dejaba hacer y ambos reían. Noel actuó como si nunca en la vida hubiera anudado una corbata, a pesar de que lo hiciera todos los días para ir al trabajo.

Aquella escena me trajo recuerdos de mi infancia, cuando mi madre le hacía el nudo a mi padre cada mañana porque, a pesar de los años, nunca aprendió a hacerlo. Fue un recuerdo muy dulce que había dejado olvidado en alguna parte de mi memoria. Rememoré cuando me ponía delante de mi madre con una corbata que cogía del armario de mi padre para que me la pusiera a mí también porque quería ser igual que él. 

Cosas de un niño de seis años.

—¿No te vas a poner la corbata? —preguntó Noel.

—No me gusta como me queda.

Natalia se giró y me miró con un gesto de desaprobación. Era una mujer muy recta a la que las apariencias le importaban mucho más que el contenido. A mi hermano nunca le hablé de aquellas impresiones porque respetaba sus decisiones y si a él le hacía feliz, yo no era nadie para interponerme en su relación. 

Aunque el tiempo acabó dándome la razón.

—Vale, pues déjala encima de mi cama —me indicó mi hermano—. Ya la guardaremos a la vuelta que ahora no tenemos tiempo.

Recorrí el pasillo hasta la habitación de mi hermano y dejé la corbata sobre la colcha de la cama. Me fijé que junto al armario había una pequeña maleta, lo que me hizo suponer que Natalia pasaría allí el fin de semana.

Salí de la habitación, cerrando la puerta detrás de mí, y volví al salón, donde se encontraban los dos listos para salir. Mi hermano cogió las llaves del coche y se las guardó en el bolsillo derecho del pantalón.

—¿Nos vamos? —preguntó.

Asentí con la cabeza y me dirigí hacia la puerta principal de la casa sin esperar a nadie. La verdad era que estaba un poco nervioso porque sabía que esa noche vería a Alma y, de hecho, me apetecía demasiado. Podía plantear millones de escenarios en mi cabeza pero sabía que, a la hora de la verdad, me sorprendería y no se desarrollaría ninguno de ellos. Su forma de ser era impulsiva y visceral, todo el mundo que la conocía podía confirmarlo. El no saber cómo reaccionaría, ni qué haría, era lo que me mataba por dentro.

Todas las lunas que compartimosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora