Capítulo 5. La última carta

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Alma

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Alma

Cuando abrí la puerta me recibió un silencio sepulcral. Estaba agotada, a pesar de haberme pasado casi todo el día en la cama para combatir la resaca. No soportaba el turno de noche del hotel, sin duda, era el peor de todos con diferencia.

Me quité los zapatos en la entrada y dejé las llaves sobre el mueble antes de dirigirme hacia mi habitación como un alma en pena. En cuanto llegué, encendí la luz y solté los zapatos al lado de la puerta. Me quité la chaqueta y la dejé sobre la mesa del escritorio. Los pantalones siguieron el mismo camino y, a continuación, desabroché los botones de mi camisa blanca.

Alcé la mirada y se dirigió casi de manera inconsciente a la parte superior del armario. Se me encogió el pecho y me debatí internamente sobre si alcanzar la caja que dejé ahí años atrás o dejar las cosas tal y como estaban. Sin embargo, acerqué la silla del escritorio al armario y me subí a ella para tomar la caja blanca entre mis manos y bajarla.

Acaricié el calado decorativo de la parte frontal, tratando de encontrar la fuerza necesaria para abrirla. Pero no pude. En ese momento no tenía el valor suficiente. Cerré los ojos y suspiré antes de dejarla sobre el escritorio hasta encontrar el momento oportuno para enfrentarme a lo que se encontraba en su interior.

***

—¿Cómo está mi dormilona favorita?

Marta se coló en mi habitación como un terremoto rebosante de energía y consiguió despertarme. Solté un gruñido en respuesta y me tapé la cabeza con la almohada con el fin de acallar su voz. Se dirigió hacia la ventana y abrió la cortina antes de subir la persiana hasta arriba. Sentí la sensación de calidez de los rayos del sol que incidieron sobre la piel de mi brazo y me resultó agradable.

Escasos segundos más tarde, la sábana con la que estaba tapada desapareció y protesté con un sonido que no sabría identificar. Aparté la almohada de mi cabeza e intenté acostumbrarme al cambio de luz. Al abrir los ojos por completo me encontré la silueta de Marta enfrente de mí.

—¿Qué haces? —pregunté con la voz ronca.

—Por si no te acuerdas, quedamos hace una semana para comer hoy, pero menuda carita llevas. —Se sentó a mi lado.

—Gracias, me encantan tus cumplidos —respondí con sarcasmo y bufé—. Casi no he dormido. —Pasé una mano por mi cara.

—¿Cómo estuviste ayer con la resaca?

—Fatal. No me acuerdo de nada, solo de pequeños momentos pero que no tienen relación unos con otros. No sé ni cómo llegué a mi cama. No vuelvo a beber nunca más.

Marta alzó una ceja y sus labios se curvaron dando lugar a una sonrisa divertida.

—Eso de que no vas a volver a beber no se lo cree nadie. Siempre dices lo mismo. El viernes tuve que llamar a mi hermana para que viniera a por nosotras porque yo sola no podía contigo. Cada dos pasos te tropezabas y después te pasaste todo el camino en el coche llorando. ¿Quieres que te cuente lo que decías? —preguntó a punto de reírse.

Todas las lunas que compartimosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora