Capítulo 19. A corazón abierto

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Martín

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Martín

Me miré en el espejo. Casi no quedaba ni rastro de la herida de mi labio inferior. Solo había una pequeña cicatriz a la que le quedaba poco para desaparecer por completo. Me había cambiado hasta en tres ocasiones para llegar al punto en el que me encontraba y ninguna de ellas me terminó de convencer. Con todas las opciones me dio la impresión que mi aspecto era demasiado serio o demasiado descuidado. No había término medio y eso era justo que buscaba. Por ese motivo, me peiné con los dedos para dar un aspecto más desenfadado y ajusté el cuello vuelto de mi jersey negro.

Me puse colonia a ambos lados del cuello y salí de mi dormitorio. Noel no volvió en todo el día a su apartamento desde que se fue a trabajar por la mañana. Motivo por el que toda la casa estaba inundada de un completo silencio. Solamente fue interrumpido por los cánticos de los fanáticos del fútbol que se colaban por una rendija abierta de la ventana y gritos de «¡Gol!» cuando el equipo de la ciudad marcó el primero.

Cogí las llaves y salí por la puerta principal. Aquella noche había quedado con Alejandro para cenar en un bar del centro, justo en el que tuve un encuentro con Alma y pudimos hablar detenidamente sobre lo que habíamos estado guardando durante cinco años. En un principio íbamos a ir juntos hasta allí pero a media tarde recibí un mensaje de su parte en el que decía que mejor nos viéramos directamente en Caos, debido a que, por un imprevisto, tuvo que ir a las afueras y no le daba tiempo a volver a casa.

Fui hacia allí paseando, sin prisa, y disfrutando de la tranquilidad de la noche. Aquel sábado salí de casa con más tiempo de antelación del habitual, por lo que me permití perderme por las calles de la ciudad y volver a pisar viejos rincones que creía olvidados desde hacía mucho. En el trayecto hacia Caos, pasé por una floristería y en el escaparate pude ver tulipanes pero mis ojos se fijaron en un ramo de tulipanes rosas. Eran del mismo color que el que Alma llevaba hacía varios días, cuando nos encontramos en el metro.

A pesar de todo el recorrido, fui el primero en llegar al bar. Estaba bastante concurrido y, tras comparar el aforo con la vez anterior, me hizo llegar a la conclusión de que era lo más habitual allí. En una de las paredes había una pantalla sobre la que se proyectaba el partido de fútbol, al que le faltaba poco para acabar la primera mitad. Como no me interesaba y las mesas más cercanas a la pantalla estaban ocupadas, me senté en una mesa de tablero verde y avisé a Alejandro de que ya estaba allí. 

No recibí una respuesta instantánea de su parte como era habitual. Más bien, no contestó a mí mensaje en toda la noche. Esperé diez minutos y, como no apareció, pedí la primera cerveza. Esperé doce minutos más y, cuando estaba a punto de levantarme del taburete para irme de allí, la vi entrar y me quedé inmóvil. Iba subida a unos tacones negros que estilizaban sus piernas y daba sensación de que las alargaban. El vestido color burdeos que llevaba puesto fue el culpable de que no pudiera quitarle los ojos de encima y, por lo que pude ver, no fui el único. Algunas personas dejaron de prestarle atención al partido de fútbol para mirarla a ella.

Todas las lunas que compartimosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora