Capítulo 39. No es tan simple

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Martín

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Martín

Miré a Alma con pesar y me mordí el labio, sabiendo que el tiempo se había agotado y no podíamos estirarlo más. No era posible que me quedara ni un minuto más junto a ella o no podría estar donde debía y donde me necesitaban.

Je t'aime.

Las puertas del ascensor se cerraron y Alma se quedó allí, en el rellano de la escalera, completamente empapada por la lluvia y con una sudadera gris que estaba claro que no era de su talla. Apoyé la frente en una de las paredes del ascensor y maldije en voz alta. Mientras el ascensor descendía hasta el garaje, sentí un nudo en la garganta. Quería explicarle a Alma el porqué de mi marcha y no lo había hecho. Me arrepentí mucho de no hacerlo porque sabía que lo hubiera entendido.

Al llegar al garaje, las puertas del ascensor volvieron a abrirse y caminé hacia la plaza de garaje donde mi hermano aparcaba su coche. Noel estaba de pie junto al coche. Tenía su móvil en la oreja y parecía que estuviera manteniendo una conversación con alguna persona. Caminé por el garaje, arrastrando la maleta hasta llegar a él. Cuando me vio acercarme, apartó el móvil de su oreja y lo guardó en el bolsillo de su pantalón. Fue hasta la parte trasera del coche y abrió el maletero. Sin decir nada, metí mi maleta y la dejé junto a la de mi hermano.

Noel rodeó el coche y abrió la puerta del conductor mientras cerraba el maletero. Fui hasta la parte delantera del vehículo y vi que en la puerta que estaba a punto de abrir seguía el rasguño de Iris. Tomé asiento en el lado del copiloto y me abroché el cinturón.

—¿Estás bien? —me preguntó.

Suspiré. No iba a decirle que no aunque esa fuera la única verdad.

—Sí —respondí, mirando al frente.

Mi hermano chasqueó la lengua y giró la llave. El motor rugió y el coche comenzó a avanzar hacia el exterior del garaje para dirigirnos al aeropuerto. Nos fuimos alejando del edificio y, por consiguiente, de Alma.

El trayecto en coche fue silencioso, yo iba perdido en mis pensamientos mientras Noel se concentraba en la carretera. Al menos, al principio. Miré por la ventanilla, percibiendo la intensidad de la lluvia y lamentándome al haber vuelto a dejar a Alma atrás.

En el interior del vehículo, el tiempo avanzaba inexorablemente, llevándonos cada vez más cerca del aeropuerto y alejándonos de ella. Suspiré profundamente, esperando que la vida nos diera otra oportunidad. Nuestra historia no merecía acabar así. No merecía acabar manchada por la aparición de una ex por la que no sentía nada. Necesitábamos hablar y resolver las cosas. Lo necesitaba.

—¿Qué le has dicho?

Sabía a quién se refería. No era necesaria ninguna otra aclaración.

—Nada. —Fue un susurro casi inaudible.

Noel me dedicó una mirada fugaz y apretó las manos alrededor del volante. No le había gustado mi respuesta. Era demasiado evidente.

—Dime una cosa, Martín. ¿Tú eres imbécil? —Hizo una pausa—. ¿Qué es lo que tienes en la cabeza? ¿Serrín?

Todas las lunas que compartimosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora