Capítulo 23. ¿Qué hay de malo en admitir las cosas?

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Alma

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Alma

—Marta, creo que la he cagado.

Esas palabras fueron las primeras que pronuncié en cuanto me abrió la puerta de su casa. Llevaba una sudadera ancha de color azul y su pelo castaño estaba recogido en un moño en lo alto de su cabeza.

—¿Qué has hecho? —me preguntó, observándome de arriba a abajo y deteniéndose en lo que sujetaba con la mano.

—Todo lo que no tenía que hacer.

—¿Y qué haces con esa botella de vino?

—Para ahogar las penas en alcohol. Así duele menos. —Forcé una sonrisa.

Marta se apartó y me dejó pasar al interior de la casa. Cerró la puerta y me guió hasta la cocina. La estancia no era de gran tamaño pero tenía una gran ventana por la que entraba la luz del exterior e iluminaba cada rincón. Junto a una de las paredes, había una mesa de madera con cuatro sillas. Allí dejé la botella de vino.

—¿Estás sola? —pregunté.

Marta asintió con la cabeza.

—Mi padre de viaje de negocios, vuelve en dos días —. Mientras hablaba, se acercó a uno de los armarios para sacar dos vasos—. En mi casa no hay copas. —Dejó los vasos sobre la mesa.

—Da igual.

Me quité el bolso y la chaqueta y la colgué del respaldo de la silla. Marta sacó un sacacorchos de un cajón y lo dejó sobre la mesa. Marta tomó asiento en una de las sillas y yo abrí la botella. Vertí vino en los vasos y me senté a su lado.

—¿Qué es lo que has hecho? —me preguntó Marta.

La miré y respiré hondo. Estaba expectante, más aún cuando me había presentado en su casa así, era de esperar. Cuando quería empezar a hablar, miré a mi mejor amiga y me morí de la vergüenza. No podía ver su cara mientras se lo contaba, por lo que aparté la mirada antes de hablar.

—Ayer, cuando acabó mi turno, fui a mi taquilla a recoger mis cosas para irme a casa. —Pasé el dedo por el borde del vaso, distraídamente—. Cuando abrí la taquilla me encontré un tulipán y una nota.

—¿De quién?

—De Martín.

En cuanto pronuncié su nombre, Marta empezó a dar palmaditas y una enorme sonrisa cubrió su rostro. No era una disimuladora admirable.

—Mira, la tengo aquí.

Busqué la tarjeta en el interior de mi bolso y, cuando la encontré, la dejé sobre la mesa. Marta no tardó ni un solo segundo en coger el trozo de papel para leerlo. La tomó entre sus dedos y pude ver como su sonrisa se incrementó cuando leyó el contenido de la nota.

—Eres la musa de los poetas y el deseo antes de soplar una vela —leyó en voz alta—. Qué romántico, ¿no?

No le respondí. En su lugar cogí el vaso y le di el primer trago al vino. Aquel no lo cogí prestado de la bodega del hotel, sino de la despensa de mi casa. Mi intención era reponerlo antes de que mis padres se dieran cuenta de que faltaba una botella.

Todas las lunas que compartimosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora