Capítulo 30. Cabecita loca

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Martín

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Martín

—Entonces, ¿te vas de verdad? —pregunté desde el umbral de la puerta de su dormitorio.

Tenía las puertas del armario abiertas de par en par y varias perchas vacías se encontraban sobre la cama. Mi hermano suspiró y levantó la mirada de la maleta en la que estaba guardando varios cambios de ropa.

—Solo serán unos días. Creo que será lo mejor para ver las cosas y pensar menos.

—¿Estás preparado para revivir tu etapa universitaria? —le pregunté.

Noel alzó una ceja.

—Que me vaya unos días a la casa de David no significa que nos vayamos a desmadrar. Es para desconectar de... —Observó la habitación, con una camiseta en la mano y la metió en la maleta—. Todo esto.

—¿Te fías de mí como para dejarme la casa?

—Claro. Tú eres más responsable que yo y si cuando vuelva está todo hecho un desastre o has quemado la casa eres tú el que va a buscar la solución.

Resoplé tras escuchar su respuesta y a mi hermano se le escapó una sonrisa al escucharme. Él era consciente de que cuidaría la casa mejor que si fuera mía. De ahí, su comentario. Noel cerró la maleta con la cremallera y la bajó de la cama. La cogió por el asa y la arrastró, utilizando las ruedas, hacia la puerta. Antes de salir, echó un vistazo rápido a la estancia. Tal vez, un remolino de imágenes de algunos momentos vividos allí acudieron a su mente en aquel momento.

Apagó la luz de la habitación y me eché a un lado para que pudiera salir. Cerró la puerta y avanzó por el pasillo, sin mirar atrás.

—Si necesitas cualquier cosa, llámame. No me importa acercarme un momento.

—Estaré bien.

—No conviertas mi casa en un antro —me advirtió, con un dedo en alto. Intentó aparentar autoridad pero no lo consiguió.

—Que fuera lo que tú hubieras hecho con mi edad y una casa sola no significa que yo vaya a hacerlo.

—No sé de dónde has sacado la imagen que tienes de mí.

—Te la has ganado a pulso, no eres san Noel.

Mi hermano soltó una carcajada y se acercó a mí para revolver mi pelo y despeinarme. Me aparté de él e intenté acomodar mi pelo con los dedos.

—No me eches mucho de menos.

—Qué va. —Bufé—. Ahora es cuando voy a empezar a disfrutar. Es más, le voy a estar agradecido a David toda la vida por sacarte unos días de aquí.

—Eres un idiota pero no es algo que no supiera ya. No me pilla de imprevisto.

Así es como nosotros demostrábamos el amor que sentíamos por el otro. No nos hacía falta expresar con palabras un «te quiero» porque ya lo sabíamos.

Todas las lunas que compartimosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora