Capítulo 8. ¿Qué acaba de pasar?

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Alma

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Alma

No iba a confirmar ni desmentir que lo que había ocurrido unos días atrás con Oriol seguía en mi mente. Si me concentraba, podía sentir su roce y rememorar las sensaciones que provocó en mí en aquel callejón. Fue igual que siempre, la intensidad del momento opacó todo lo demás. Sin embargo, una vez se acabó, toda la atmósfera que se había creado en aquel instante, se esfumó. Ahí estaba la idea de que no nos debíamos nada porque no éramos nada y nunca lo seríamos. Y yo, igual que siempre, me arrepentía de caer de nuevo en sus brazos. Aunque, a diferencia de las veces anteriores, aquella tarde me prometí que no se volvería a repetir una situación similar. Y estaba convencida de que lo cumpliría.

Aquellos pensamientos se adueñaron de mi cerebro durante aquel día mientras trabajaba. No recordaba una tarde similar en el hotel, en cuanto a carga de trabajo se refería. Fue un auténtico caos, como el que habitaba en mi mente. No sabía el motivo pero ese día realicé más checks in que en las últimas semanas juntas. Parecía que todas aquellas familias se habían puesto de acuerdo en empezar el fin de semana a partir del jueves.

Empecé a saturarme cuando un padre de familia de origen francés no entendía mis indicaciones pero tampoco ponía de su parte. Desde que trabajaba como recepcionista nunca había tenido ningún problema con mi pronunciación, ya que empecé a estudiar francés a los once años. Sin embargo, aquella tarde no tuve la misma suerte.

La sensación de agobio crecía a pasos agigantados debido a que el estado de nerviosismo del hombre aumentaba a la velocidad de la luz. Miré a mí alrededor en busca de una solución que no llegaba por ninguna parte. Hasta que vi a la persona que me salvaría entrar por la puerta del hotel. No me gustaba pedir ayuda porque siempre había sabido sacarme las castañas del fuego, pero a situaciones desesperadas, medidas desesperadas.

—Noel —alcé la voz y levanté uno de mis brazos.

Al oír mi voz, Noel caminó hacia mi dirección. Llevaba un maletín en la mano y, por su expresión, parecía sorprendido por mi llamada. No lo culpaba, a mí también me parecía raro. En otro momento aquella situación no habría sucedido.

—Hola —saludó cuando llegó a mi posición—. ¿Qué pasa?

—Ayúdame, por favor. Este hombre no me entiende y ya no sé qué más hacer —respondí apurada.

Estaba nerviosa. Muy nerviosa. Aquello era innegable. Era muy probable que tuviera la nuca roja de tanto rascarme pero no lo pude evitar.

Noel Bertrand aquel día subió un escalón en la lista de personas que me caían bien. Que tampoco era muy extensa. Consiguió comunicarse con el hombre sin apenas dificultad. Su francés era fluido, mucho más que el mío debido a que era la lengua materna de su padre y la hablaba casi desde que nació. Sin embargo, lo que más me sorprendió fue que dijo lo mismo que yo y aquel hombre no tuvo problemas de comprensión.

A medida que se marchaba junto al resto de su familia y arrastraba las maletas me pareció escuchar una frase que no me hizo ninguna gracia.

—¿Acaba de decir que solo estoy aquí porque tengo la cara bonita y que mi trabajo deja bastante que desear? —le pregunté a Noel.

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