Capítulo 17. Días de lluvia

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Martín

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Martín

Me despertó un sonido que supuse que provenía de la planta baja. Sentí un peso sobre mi cuerpo que por la noche no estaba y abrí los ojos lentamente para ver de qué se trataba. No había ni rastro de los cojines que Alma puso en el centro de la cama a modo de separación y, en su lugar, estaba su cuerpo. El peso que sentía se debía a que tenía la cabeza apoyada en mi pecho y un brazo rodeaba mi abdomen mientras dormía plácidamente. Me quedé inmóvil, sin saber qué hacer. Si intentaba salir de la cama, Alma se habría despertado. Si no me movía pero seguía con los ojos abiertos y Alma se hubiera despertado por casualidad, y se hubiera dado cuenta de la posición en la que estaba, me habría gritado.

La única opción viable que encontré fue hacerme el dormido y dejar que se diera cuenta por ella misma. Su respiración empezó a ser más superficial y supe que le faltaba poco para despertarse. Se apretó todavía más contra mi cuerpo y giré la cara hacia la pared para que no viera cualquier movimiento involuntario que pudiera hacer con mi rostro. Seis segundos después noté un movimiento mucho más brusco a mi lado y dejé de sentir el peso sobre mi cuerpo pero el colchón seguía hundido en el lado que ocupaba.

Esperé un poco más antes de darme la vuelta y cuando me giré ahí estaba Alma, sentada en la cama mientras me miraba con cara de haber visto algo extraño. Supe al instante a qué se debía esa expresión, aunque ella no me lo confirmó. Tenía los ojos ligeramente hinchados y los labios más mullidos de lo habitual. Además, su largo pelo rubio estaba despeinado y enredado por las puntas.

—Buenos días. —Bostecé—. ¿Y esa cara?

Me di cuenta de que tenía la voz más ronca de lo habitual, tal y como me pasaba cada mañana cuando llevaba poco tiempo despierto.

—Nada, se me hace raro compartir cualquier cosa contigo.

—Por lo menos había una separación en la cama.

—Sí... —Puso una sonrisa tensa—. Menos mal.

Alma quiso hacer como si no hubiera pasado nada y para no incomodarla decidí seguirle el juego y dejarlo pasar.

—Creo que tengo un poco de resaca. —Alma pasó una mano lentamente por su rostro y resopló—. Aunque tampoco bebí tanto.

—Tus intenciones eran otras, habrías acabado mucho peor. Dejaste de beber porque Alejandro y Marta se fueron del salón y se acabaron las ganas de fiesta.

 —Es verdad.

—¿Sabes qué vamos a hacer hoy? —le pregunté.

Negó con la cabeza.

—No lo sé, porque la idea de Alejandro era fluir y hacer lo que nos apeteciera sin tener planes preparados.

—Entonces seguro que vamos a acabar haciendo una ruta en la sierra.

—Para eso me quedo aquí en el sofá —dijo.

—Haz lo que quieras.

Eché la colcha hacia atrás y me levanté de la cama. Cuando estaba de pie, estiré los brazos hacia atrás por encima de mi cabeza y me crujió la espalda. Caminé hasta la puerta y la abrí para salir al pasillo. La primera imagen que vi fue el beso apasionado que se estaban dando Marta y Alejandro junto a la puerta del otro dormitorio. Marta llevaba puesta una camiseta de Alejandro y supe que le pertenecía a él porque era la que llevaba Alejandro el día que fuimos a jugar al tenis.

Todas las lunas que compartimosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora