Capítulo 26. Brindis por los sueños

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Alma

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Alma

Salí del salón y me dirigí a la bodega para coger la caja de champán que me había pedido mi padre con la intención de hacer el brindis tras su discurso de agradecimiento por el cincuenta aniversario de Caelum. Recorrí el vestíbulo, vacío, y atravesé el pasillo que llevaba hasta la bodega. No me crucé con nadie porque el acceso estaba restringido únicamente al personal y, además, todo el mundo se encontraba en el salón.

Bajé los escalones y abrí la puerta de la bodega. Una luz sutil me recibió junto a las botellas de vino y barriles de madera, que solamente tenían función decorativa. Cerré la puerta y me encaminé hacia el fondo de la bodega, donde había depositado un par de días antes las cajas de champán. Cuando estaba a punto de coger una de ellas, un ruido me puso en alerta. Giré la cabeza y me encontré con Martín parado a unos metros de mí con las manos en el interior de los bolsillos de su pantalón.

—¡Qué susto, Martín! —Me llevé una mano al pecho—. ¿Qué haces aquí? —pregunté.

—He venido a hablar contigo.

—No creo que sea el mejor momento. Tengo que subir esta caja al salón. —Señalé la caja que estaba a mi lado y contenía botellas de champán.

—¿Te arrepientes de lo que pasó el martes?

La pregunta fue directa, ni siquiera dio rodeos ni titubeó a la hora de enunciarla. Yo tampoco lo hice con mi respuesta.

—No, no me arrepiento. ¿Estás feliz con la respuesta? —Esbocé una sonrisa sarcástica—. Somos dos personas libres que lo pasaron bien una noche y ya está.

—¿Y ya está? De verdad que no te entiendo. —Negó con la cabeza, descontento con mi actitud.

—La que no entiende nada desde que volviste soy yo. ¿Qué es lo que pretendes? ¿Cuáles son tus intenciones porque no me has dejado nada claro?

Martín resopló.

—¿No te he dejado nada claro? —Dio unos pasos, acercándose a mí—. Alma, eres una chica inteligente, creo que no te cuesta captar las señales.

—Pues vas a tener que ser un poco más específico. —Crucé los brazos a la altura de mi pecho.

—Quiero recuperar lo que teníamos hace cinco años, Alma —confesó. Aparté la mirada, nerviosa. Que se me declararan no era algo que sucediera todos los días. Y menos viniendo de él—. Esta noche estás preciosa —susurró.

Aquellas palabras me hicieron volver a mirarlo. Él se acercó con pasos lentos sin mediar palabra. Se detuvo a escasos centímetros de mí, a pesar de la altura que me hacían ganar los tacones tuve que levantar la cabeza para poder mirarlo directamente a los ojos.

—Siempre estoy guapa. —Elevé el mentón. 

Sin darme cuenta, yo también susurré.

—Lo sé —respondió del mismo modo.

Todas las lunas que compartimosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora