Capítulo 46. Despedidas

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Alma

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Alma

—Alma, cariño. Vámonos que a este paso no llegaremos a tiempo.

—¡Voy! —grité desde mi habitación.

Estaba tumbada sobre la maleta, intentando ejercer presión sobre ella para poder cerrarla. Era complicado hacerlo cuando había metido el noventa por ciento de mi armario en ella. Hice un esfuerzo sobrehumano y, finalmente, pude pasar la cremallera sin que se rompiera.

Como era de esperar, dejé la maleta para el último momento y la noche anterior tuve que meter mi ropa a toda prisa. Acabé tan cansada que no tenía fuerzas para cerrarla y lo dejé para la misma tarde que salía el vuelo.

Me levanté y me miré en el espejo para peinarme con los dedos el pelo alborotado con la intención de arreglarlo lo mejor posible. Ese día me puse ropa cómoda, porque para ir en avión era lo más recomendable. Fui hasta el escritorio y cogí mi colonia para rociarme el cuello, detrás de las orejas, las muñecas y la sudadera; siguiendo el mismo orden de siempre.

No me quedaba nada más por hacer allí, por lo que me dirigí hasta la puerta. Desde allí, eché un vistazo rápido a mi habitación. Aquella era la última vez que la vería en el próximo mes y que estaría dentro de sus cuatro paredes. Cogí el asa de la maleta y la arrastré fuera de mi habitación.

—Ya estoy —avisé a mis padres, quienes me estaban esperando en la entrada.

—¿Lo tienes todo? —preguntó mi padre.

—Creo que sí.

A mi madre se le escapó un suspiró sonoro y mi padre la miró de reojo.

—Espero que no se te olvide nada, porque a ver qué hacemos después si cada tres o cuatro días vas a estar cambiando de ciudad.

Estaba nerviosa. Su manera de moverse no se parecía en nada a la que nos tenía acostumbrados. En su intento de advertencia quedó evidenciado el temor de que su única hija se fuera durante un mes a dar vueltas por Europa sin compañía.

—Pues me tocará aprender a vivir sin eso.

Mi padre miró la hora en el reloj de su muñeca e hizo una mueca.

—Vamos a llegar tarde —nos informó.

No íbamos bien de tiempo. Eso era cierto, pero para una persona como yo, que siempre llegaba tarde, no era para tanto. Aunque el avión no iba a esperarme y si no llegaba a tiempo, se habría acabado todo antes de que empezara.

No podía negar que, a pesar de que llevaba años esperando a que llegara ese momento; me dio un poco de vértigo. Lo había idealizado tanto que no sabía si podía volverse en mi contra en cualquier momento porque no había previsto los inconvenientes que podían surgir. Directamente, los había descartado para mirar hacia otro lado.

Lo desconocido siempre nos genera inseguridad porque no podemos saber a ciencia cierta cómo se irán desarrollando los hechos. Sin embargo, solo tenemos dos opciones: enfrentarnos a ello o echarnos atrás y dejar pasar la oportunidad, sabiendo que puede ser la última.

Todas las lunas que compartimosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora