Capítulo 41. La madrugada del sábado

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Martín

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Martín

Una hora antes...

Esa noche mi hermano me invitó a salir de casa con la excusa de que quería ver una película tranquilo en el sofá y dormir más de diez horas sin que nadie le molestase. Bueno, más bien, me echó y me dio cincuenta euros e instrucciones para no volver hasta pasadas las cuatro de la mañana. ¿Qué iba a hacer tantas horas fuera de casa? Si lo que me apetecía era quedarme en mi habitación escribiendo hasta bien entrada la madrugada.

En su lugar, estaba en el rellano de la escalera con el móvil y las llaves en una mano y un billete de cincuenta euros en la otra. Toqué el timbre de la casa de Alejandro y esperé a que alguien me abriera la puerta. Eran las once y media de la noche y tampoco sabía qué esperar por parte de Alejandro.

La puerta se abrió tras unos minutos de espera y mis ojos se encontraron con Alejandro vestido con un pijama con dibujos de coches rojos, verdes y amarillos; por la camiseta y el pantalón. Un pantalón que le quedaba un palmo por encima de los tobillos. Además, iba descalzo y con el pelo de punta.

—Hola, ¿qué pasa? —Parecía cansado.

—¿Y ese pijama? —Me reí.

—¿Qué pasa? ¿No te gusta? Si está chulísimo.

—Sí, claro —ironicé—. Para mi cumpleaños quiero uno igual.

—Pues no sé si lo podrás conseguir. Me lo regalaron mis tíos para mi comunión.

—¿Y aún te viene?

—Lo compraron cuatro tallas más grande para que pudiera utilizarlo durante más tiempo. Bueno, ¿qué querías?

—Mi hermano me ha pedido que me vaya y que no vuelva hasta las cuatro de la mañana.

—Vaya putada. ¿Y qué vas a hacer?

Una de las cosas que más me llamaban la atención de Alejandro era que nunca pillaba las indirectas. Siempre había que decirle las cosas tal y como eran para que él supiera a qué te estabas refiriendo.

—Venía a preguntarte si te apetecía salir a Eco.

Se le iluminaron los ojos en cuanto me escuchó y ni siquiera cayó en la cuenta de que iba en pijama cuando dio un paso hacia delante y fue a cerrar la puerta.

—Alejandro, vas en pijama.

—Hostia, es verdad. —Soltó una carcajada—. Voy a cambiarme. Pasa.

Entró a su casa y fui tras él por el pasillo hasta llegar a su habitación. Tras el primer vistazo, me dejó claro que el orden no era uno de sus puntos fuertes. Tenía la cama deshecha y supuse que estaba acostado viendo la tele, que seguía encendida, cuando toqué el timbre.

Alejandro se dirigió al armario y cuando lo abrió, estuve a punto de que me diera algo. Los pantalones estaban amontonados y enredados con las sudaderas y, por el bien de mi retina, decidí apartar la mirada. Al hacerlo, mis ojos se toparon con una colección de zapatillas que parecía el escaparate de una tienda de calzado en el que habían entrado a robar.

Todas las lunas que compartimosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora