Capítulo 14. No puedes pedirle peras al olmo

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Martín

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Martín

Querida Zoé Lemaire,

Nunca se me ha dado bien comprender a los demás porque ni siquiera soy capaz de entenderme a mí mismo. Toda mi vida he intentado hacerlo, descifrar a los demás para saber cómo son en realidad. Con sus luces y sus sombras. Y a día de hoy sigo sin haberlo conseguido.

Has salido de mi vida de la peor manera posible. Sin pretextos ni avisos te llevaste mi confianza en un solo minuto. Porque la tenías toda y me has dejado sin ella. Esta carta será la última vez que te escriba porque necesito despedirme de ti de alguna forma y la videollamada me supo a poco. Tú y yo empezamos siendo amigos. Fuiste mi primer apoyo cuando llegué a Lyon y después de un tiempo empezaron a florecer sentimientos entre los dos. Nunca te he necesitado y es por eso que elegí estar contigo. Nuestra relación de amistad fue los cimientos sobre los que construimos todo lo demás.

No deseo que te vaya mal, sino todo lo contrario. Quiero que seas feliz pero no esperes que forme parte de tu vida porque no va a ser posible. Había muchas formas de hacer las cosas y decidiste decantarte por la peor de todas. A pesar de todo, tengo la conciencia muy tranquila porque pienso que lo di todo. Sé que esta vez es la definitiva y que no habrá marcha atrás. Ojalá algún día conozcas a una persona que te comprenda como yo no he sabido y te dé el cariño que no te he podido dar. Que llene cada hueco que se ha quedado vacío.

Ojalá te vuelvas a enamorar. Y si no llegaste a enamorarte de mí, espero que la próxima vez sí lo hagas. Porque el amor es el sentimiento más puro que existe. Pero primero de todo, enamórate de ti. Cuando lo hayas logrado, enamórate de alguien que sea afín a ti y sientas que lo vuestro es tan fuerte que ni la mayor de las tormentas pueda acabar con ello.

Ahora entiendo que lo nuestro no debió pasar a ser más que una amistad porque ya nada volverá a ser igual entre los dos. Me has perdido a mí y a todo lo que suponía, con la estabilidad de la que tanto hablabas. Después de todo, creo que ya queda claro cuál es mi postura al respecto.

Que te vaya bien.

Con cariño,

Martín Bertrand.


Dejé mi pluma estilográfica sobre el escritorio y respiré hondo. En un momento había soltado lo que llevaba dentro y me estaba ahogando. Joder, me vino muy bien para vaciarme. Abrí el cajón de mi escritorio y saqué un sobre. Doblé el folio que acababa de escribir, lo metí en el sobre y añadí los datos correspondientes de Zoé en el remitente.

Poco a poco se había ido perdiendo la tradición de escribir cartas y enviarlas. Sin embargo, a mí siempre me había gustado ya que me permitía expresarme de otra manera. Más natural, más mía. Había enviado diversas cartas a lo largo de mi vida y había otras que nunca llegué a hacerlo. En mi cajón almacenaba folios, sobres, textos de mi autoría y cartas escritas con mi puño y letra para un destinatario concreto que se acumulaban en un rincón.

Todas las lunas que compartimosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora