Capítulo 42. Feliz cumpleaños

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Alma

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Alma

Siempre pensé que cuando cumpliera veintitrés años tendría la vida resuelta. Si volviera atrás y tuviera delante a la Alma de ocho años que tenía muy poca idea de la vida, no sabía qué podía pensar de mí. Esa niña pensaba que a los veintitrés estaría casada, pero después se dio cuenta de que la boda no le importaba demasiado ni era su prioridad. Esa niña esperaba viajar mucho y muy lejos nada más cumplir los dieciocho, aunque ese deseo se vio atrasado unos años y todavía no se había cumplido. Esa niña creía que con veintitrés años estaría independizada en su propia casa y con los ahorros suficientes como para darse los caprichos que quisiera.

En ese punto de mi vida no había cumplido ninguno de los propósitos que me había marcado cuando tenía ocho años. Estupendo.

Todos los años esperaba sentirme diferente cuando me despertaba, pero no notaba nada distinto. Como si de un día para otro me fuera a cambiar la vida y la manera en que me sentía. Sin embargo, todo seguía igual que cuando me había acostado la noche anterior.

Salí de mi habitación en dirección a la cocina para desayunar antes de ir a trabajar al hotel. La casa estaba sumida en un silencio absoluto, lo que me indicaba que mis padres no estaban allí. Avancé por el pasillo hasta llegar a la cocina. Iba con la intención de prepararme el desayuno, lo que no esperaba era que sobre la mesa hubiera zumo de naranja natural, una torre de tortitas y crema de chocolate para untar. Al principio, tardé en reaccionar porque todavía me costaba mantener los ojos abiertos.

Me acerqué a la mesa y vi una nota apoyada en el tarro de crema de chocolate. Era la inconfundible letra de mi madre. La tomé entre mis dedos para leer las frases que había escrito en aquel trozo de papel.

Feliz cumpleaños mi princesa. Todavía recuerdo la primera vez que te tuve en mis brazos y me emociona pensar que ya han pasado veintitrés años desde ese día. Mereces todo lo bonito que te pase. Disfruta de la vida. Te quiero.

Mamá.

Que alguien me preparase el desayuno era algo que no me ocurría desde los diez años, pero lo agradecía. ¿Cómo no iba a hacerlo? Si tenía ante mí mi desayuno favorito.

Disfruté de las tortitas en silencio con la convicción de que ese día no dejaría que nada ni nadie arruinase la poca estabilidad que me quedaba. ¿Se cumplió? En absoluto. No obstante, mientras masticaba las tortitas que había preparado mi madre no era consciente de que mi día no sería tan tranquilo como pensaba.

Casi todos los años el día de mi cumpleaños estaba nublado y apenas podía verse un rayo de sol, aunque aquella mañana fue distinta. El sol brillaba en lo alto de un cielo despejado que era más azul que de costumbre. Seguí el mismo recorrido de todos los días de camino al hotel y todo era igual que cualquier otro día de la semana. Los niños se dirigían hacia el colegio acompañados de sus padres, algunos transeúntes hacían una parada en Azúcar y Canela para comprar el pan del día, algunos se incorporaban a su puesto de trabajo y otros empezaban la mañana haciendo sus recados. Todo normal, como si fuera un día más. Para el resto del mundo tal vez lo era, pero para mí no. No todos los días se cumplían veintitrés años.

Todas las lunas que compartimosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora