Capítulo 43. No sé mucho del amor

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Martín

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Martín

No tenía nada más que hacer allí dentro. Todo había cambiado a raíz de una discusión que acabó derivando en una bola mucho más grande, alimentada por las malas decisiones que tomamos. Jamás negaré que yo fui el principal culpable de todo lo que ocurrió a partir de esa madrugada después de la fiesta en la que cada uno se fue hacia un lado.

Dejé el dinero correspondiente a mi café con leche en la barra y me levanté del taburete de manera mecánica. Volví a mirar el cuello de Alma por si la luna estaba allí colgada a sabiendas de que no era así. Sin embargo, seguía teniendo la esperanza de verlo aunque fuera escondido en el cuello de la blusa blanca que llevaba puesta. Como imaginé, no había nada.

Salí de la cafetería algo molesto, ya no solo por el hecho de que Alma no llevara el colgante, aunque era imposible que no lo hubiera visto en su taquilla cuando llevaba la placa con su nombre; sino por Oriol y su ramo de margaritas. El tintineo de la campanilla resonó en mis oídos, pero mi mente estaba muy lejos de allí. Una vez fuera, me detuve en el umbral y exhalé profundamente, sintiendo como la brisa de la calle me acariciaba la cara. No sabía hacia dónde ir. Sabía que podía ir al piso de mi hermano, pero sentía que allí dentro no podría respirar si incluso al aire libre me costaba hacerlo. Apoyé la espalda en la fachada del hotel y pasé las manos por mi pelo. No me importaba despeinarme. Nada me importaba demasiado, en realidad.

¿Y si que Alma no llevara el colgante significaba que estaba todo perdido; que no había ni la más mínima posibilidad de volver a estar juntos? La ausencia del colgante pesaba en mi como una losa. Me iba a explotar la cabeza. En el fondo, esperaba haber visto relucir la cadena en su cuello porque aquello habría significado que estaba un paso más cerca de ella. Sin embargo, seguía en el mismo punto. O eso pensaba.

Cerré los ojos por un momento. El ajetreo de la calle contrastaba conmigo, que me mantenía inmóvil en la pared. Miré hacia atrás, a través de la cristalera de la cafetería, pero ya no había ni rastro de Alma. Una sensación de pérdida me oprimía el pecho, y el miedo de no poder recuperarla se iba acrecentando.

Caminé lentamente por la acera, calle arriba, sumergido en mis propios pensamientos. La ciudad bullía a mi alrededor, pero me sentía aislado en mi propia tormenta emocional. ¿Y si había sido un error? ¿Y si había malinterpretado mi regalo? ¿Y si los sentimientos de Alma habían cambiado?

El sonido apresurado de mis pasos resonaba en el pavimento, y apreté con fuerza el puño que sostenía el móvil. La incertidumbre se cernía sobre mí como una sombra persistente, y la idea de perder a Alma se volvía cada vez más real.

Mientras la calle se extendía frente a mí, me debatía entre la esperanza y el temor. El destino de mi relación con Alma parecía más incierto que nunca, y una pregunta de las miles de preguntas que resonaba en mi mente era: ¿podría alguna vez recuperar lo que temía haber perdido?

Continuaba con mi caminar cabizbajo por la concurrida acera cuando unos pasos apresurados resonaron a mis espaldas. Giré la cabeza instintivamente y me encontré con Oriol. Una de las personas que menos me apetecía ver en ese momento. Volví a mirar al frente, pero tras dar dos pasos me detuve y esperé a que Oriol me alcanzara.

Todas las lunas que compartimosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora