Extra. El día que descubrí la luna

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Martín

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Martín

La primera vez que la vi no sabía lo que tenía preparado el destino para nosotros y tampoco habría sido capaz de imaginarlo si me lo hubieran preguntado. Simplemente, nos encontramos un día cualquiera en el lugar más cotidiano del mundo. Todos los días cogía el metro en la misma parada y a la misma hora y hasta entonces no la había visto. Si nos hubiéramos cruzado cualquier otro día, no lo habría olvidado. Sin embargo, aquel día lo cambió todo.

Ese verano inicié una nueva rutina, ya que tras haber realizado las pruebas de admisión para la universidad, estaba demasiado perdido como para saber qué iba a hacer con mi vida. Todas las tardes iba al mismo lugar. A aquella cafetería donde, tras pedirme un café con hielo, me deshacía en textos que dejaba marcados en mi libreta como si estuviera dejando mi esencia en sus páginas.

Ese día no fue distinto. Acudí allí sin expectativas y sin saber que la próxima vez lo haría acompañado. La puerta de la cafetería estaba abierta a pesar del calor infernal que hacía en la calle. Incluso el asfalto por el que circulaban los coches estaba tan caliente que en cualquier momento podría salir fuego y no me sorprendería. Me senté en la misma mesa que solía ocupar todos los días y pedí mi café con hielo reglamentario.

Saqué mi libreta y la pluma estilográfica que me regaló mi abuelo poco antes de fallecer. Él fue quien me inculcó el amor por las letras, a pesar de que mi padre nunca había estado de acuerdo. Para él, la escritura no era más que una distracción que jamás me aportaría un futuro estable. No como el mundo empresarial con el que aseguraba que mi vida sería mucho más tranquila a nivel económico. Por ello insistió tanto en que estudiara Administración de Empresas, para que siguiera sus pasos y pudiera hacerme cargo de la empresa que él nunca tuvo el valor de crear, a pesar de tener hasta el más mínimo detalle planeado desde hacía más de veinte años.

Suspiré hondo antes de entregarme a mi libreta y dejar por escrito mis miedos porque nunca fui capaz de pronunciar en voz alta lo que me quitaba el sueño por las noches.


Me he acostumbrado a vivir con el piloto automático activado. He dejado todas mis decisiones a manos de los demás por miedo a decepcionar, sin saber que acabaré decepcionándome a mí mismo. Me he acostumbrado a vivir de puntillas para no hacer demasiado ruido.

Me he acostumbrado a susurrar para no molestar con mi voz. Como se cuentan los secretos mejor guardados. Como una nana cantada con la intención de dormir a los más pequeños por las noches.

Me he acostumbrado a callar por todas esas veces que a nadie le ha interesado lo que tenía que decir. Como esas verdades que no quieres escuchar aunque sea la única manera de abrir los ojos. Como el teléfono de una cabina al que nadie presta atención.

Me he acostumbrado a pasar desapercibido entre la gente. Como si todo el mundo vistiera un mismo uniforme que no permitiera diferenciarse.

Me he acostumbrado a sentir que no tengo nada que aportar. Como si fuera diez pasos por detrás del resto y me llevaran varias vidas de ventaja.

Todas las lunas que compartimosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora