EXTRA: CRISTOPHER

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Un frasco vacío de medicamentos, que tomaba para la depresión, seguía estando en mi cómoda, justo al lado de mi cama. Un recordatorio de mis días en el psiquiatra y que las dejé hace un año. Si, puede que ya no necesite medicamentos para controlar mis pensamientos dañinos hacía mí mismo. La droga no eliminó el recuerdo del día en el que mi madre perdió la vida, un día que detonó los más malignos e invasivos sentimientos dentro de mí.

Nadie sabe cuándo va a ser la última vez que verás a alguien con vida. Porque de esa manera juega la mortalidad. Un día estás y al siguiente no.

Tenía 17 años cuando sucedió. Un día que empezó como cualquier otro; Mamá me despertaba siempre con su mejor sonrisa. Sus ojos verdes saltones que emanaban diversión, mientras que su cabello castaño lacio se enredaba con nada y con todo. En mi memoria estaba impregnada como tatuaje, la imagen de la última vez que la vi con vida. Me dijo: "Que te vaya bien y no le sigas la corriente a Cameron". A lo que yo contesté: 'Si, mamá. Te quiero".

El coche blanco se perdió y yo entré a clases. Me sentaba con "don tengo cara de culo todo el día", mi mejor amigo y cómplice. Al menos hasta que me llamaron por el celular. Salí del aula con permiso de mi maestra, esperando que papá se le haya olvidado las llaves de la casa y quería que le preste las mías. Algo que solía pasar muy a menudo con él. Si, podrá ser un gran detective, pero para llevarse las llaves no era muy bueno.

Pero no era eso.

Esa sensación de opresión en el pecho, de angustia en la garganta y de picor en los ojos, es el más puro y horrible de los presentimientos.

La noticia llegó a mis oídos y a mi corazón. Mi mundo se rompió, se quemó dejando cenizas. No me moví. No actúe. No hice nada. ¿Qué podía hacer? No había nada que cambiara las cosas. Me quedé en shock. Parado a medio pasillo, recargado del balcón con la cabeza agachada y las lágrimas corriendo por mi rostro. Cameron salió del salón para buscarme, por órdenes de la profesora. Nada más al verme quedó atónito, impactado y sin saber muy bien que hacer.

Yo no sé qué hubiera echo sin él.

No preguntó, no dijo nada. Se metió de nuevo al salón y a los pocos minutos, salió con su mochila, la mía y con su celular pegado a la oreja. Así era él. Él si hacía algo.

— Vámonos, Seth nos espera en la entrada.— me dijo con serenidad.

No me moví. Nada. Escuché como las mochilas azotaban contra el piso, como una mano me apretaba el hombro y eso fue lo que hizo que regresara. Voltee a verlo con los ojos llorosos y el dolor en la laringe.

— Murió.— sollocé, importándome poco desmoronarme en la escuela.— Mi mamá...

El chico rudo me consoló. Fue mi paño de lágrimas y mi apoyo. No me dejó, incluso cuando seguía sufriendo por su padre. Ese día, hizo que Seth dejara lo que estaba haciendo en la universidad y me llevaran al hospital donde estaba mi padre y el cuerpo de mamá.

Mi luz se apagó. Vivir se volvió trágico y simple. El cielo se volvió opaco, el sol ordinario y la vida vacía. Mis ganas de seguir adelante ya no estaban. De cumplir mis sueños, metas y ambiciones, no tenían ya ningún sentido. Y más que nada, me culpaba porque ese día, mi madre murió a la hora que me dejó en la escuela. Yo la obligue a traerme, y si no fuera por eso, ella seguiría aquí.

¿Para qué, para que estaba en esta frívola vida? ¿Qué sentido tenía?

Pasaron meses y por fuera parecía normal. Porque yo era el alegre, el que gritaba todo el tiempo, reía, hacía chistes y no dejaba el ambiente morir. Sin embargo, por dentro, contenía una culpa, una tristeza que me consumía cada día que pasaba. Fuera de mi habitación, seguía siendo el Cristopher feliz, pero por dentro, la oscuridad ganaba.

PROYECTO HETEROCROMÍA [Parte I] (Completa✔️)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora