31.- Sentimientos encontrados

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Zelda recibió una respuesta de Urbosa pasados dos días desde su visita al observatorio. Al leer la carta, entendió que su figura materna esperaba verse con ella pronto, y le hacía una invitación, de manera sutil, a que se reunieran a las afueras del desierto para discutirlo. Su padre no tendría problema si iba con Urbosa, ¿no era así? Si añadía el tema de ir a una fuente podría convencerlo. Así que se dirigió a su despacho, al abrir la puerta, no se encontraba. Se preguntó a dónde habría ido esta vez y pensó que no habría mucho problema para los guardias dejarle salir como en otras ocasiones siempre y cuando Link le acompañara, sentía algo de incertidumbre, pero no se detuvo con sus planes.

Link se había quedado dormido mientras leía un libro del cual había pedido permiso para sacar de la biblioteca real, era sobre los sheikah. Intentaba informarse sobre su cultura para analizar si al chico que tenía en la mira se comportaba como tal. Sin embargo, un ruido le despertó, una persona tocaba a su puerta, un tanto adormilado se dirigió a la puerta y abrió.
—Menos mal que te he encontrado, Link.
—Impa, ¿qué hace usted aquí?
Ella traía puesta su indumentaria de siempre pero se le veía más cansada de lo usual.
—He recopilado información sobre nuestro sospechoso. ¿Te parece si vamos a un lugar más despejado?
Link asintió, regresó en sus pasos y tomó la espada maestra, colgándosela a la espalda.
—Creo que es innecesario que la lleves.
—Uno nunca sabe —dijo Link por toda respuesta.
Encontraron al cabo de unos diez metros un lugar más despejado que el resto, había un pequeño camino que conectaba con otras casas dentro de la ciudadela aunque nadie transitaba por ahí, era el lugar ideal para entablar su conversación.
—¿Qué es lo que ha encontrado?
—No demasiado, ya que no he hablado con el consejo, pero nos puede ser útil. He logrado averiguar que, al igual que los sheikah habituales, es oriundo de la tribu, no obstante, dicen que es huérfano, desde ahí, empiezan las cosas extrañas.
"Sin ninguna duda" pensó Link.
—También logré averiguar su nombre. Por lo poco que pude oír, se llama Anton. A su vez, es joven. Los sheikah pasados de treinta años se dirigen a él como tal, probablemente tenga una edad similar a la nuestra, estimo que podría tener la mía.
Impa sacó una nota que traía consigo en un bolsillo, y leyó lo poco que había escrito.
—Cabe destacar que suele cubrirse mucho el rostro y suele dejar de verse a partir de las cinco de la tarde.
—¿Es todo?
—Lastimosamente, sí.
—Pienso que es algo que nos ayudará bastante, se lo agradezco.
Ella negó con la cabeza, guardando la nota de vuelta.
—Me seguiré esforzando por encontrarle una solución, solo espero que si nuestras suposiciones son ciertas no se nos haya adelantado y ya tenga gente de su parte. Creo que lo más prudente es que me dejes este caso a mí, Link.
—¿Por qué? Ya tiene suficiente con sus labores como miembro del consejo. Tal vez sería mejor analizarlo entre los dos.
—Y tú tienes que encargarte de asistir a la princesa, entre otras cosas. Estamos en condiciones iguales, ¿o me equivoco?
—No es lo mismo salir ocasionalmente a ser parte del consejo, pienso yo —rebatió Link.
—Estás obviando el detalle de que me concierne todavía más al ser de la tribu sheikah, Link. Déjame encargarme de esto en solitario y luego comunicártelo, si me permites.
Una parte de Link le decía que no era la mejor idea, pero la otra pensaba que Impa tenía razón, él tenía que hacerse cargo de asuntos con los campeones y la guardia.
—Mientras sea regular, acepto.
—Perfecto. No dejaré desinformada a la princesa tampoco, por supuesto. A todos nos importa este tema pero será mejor si lo hago yo. A ti ya te conoce.
No encontraba fallas en lo que decía, al menos, no ahora.

Link fue temprano a la mañana siguiente a revisar si Zelda solicitaba su servicio, el cual sí era necesario esta vez.
—Mandé una carta a Urbosa y quiere que nos veamos a las afueras del desierto.
—Pero... —contestó él, arrugando la frente— Zelda, habíamos dicho que evitaríamos esa zona en específico.
—Será un tanto lejos del desierto, estará bien.
Link soltó un suspiro.
—De acuerdo.
—Hay que poner marcha, pues.
Link la siguió por toda la escalinata y caminaron por un rato sin tener nadie a la vista.
—Además de eso, —dijo de pronto Zelda— me preguntaba si tendría que rezar a alguna efigie.
—Eso depende de ti. No hay ninguna fuente lo suficientemente cerca.
—Sí, a menos que hagamos una parada. 
—Si quieres acudir a alguna, yo no tengo problema.
—¿De verdad? Si es así, quizá debería ir a la Fuente del Valor, aunque...
Zelda sentía que se le acababa el tiempo, no podría decir exactamente por qué, tenía un presentimiento. De todas formas, pronto iría la fuente de la sabiduría, se recordaba.
—No te presiones —dijo Link.
Zelda asintió y por fin llegaron hasta la caballeriza.

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