29.- La desconfianza del rey

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Decidieron regresar al castillo un día después. Zelda había recibido una nota de emergencia de parte de su majestad. Por lo general, la princesa no compartía la correspondencia con Link abiertamente, pero le mostró la carta, para poder saber su opinión, —y de paso, que este tema los distrajera de otra cuestión pendiente— la carta decía:
"A mi hija, la princesa Zelda

Hija mía, necesito que estés en el castillo lo más pronto posible. Hay algo muy importante que debo discutir contigo. Te estaré esperando en mi despacho.

                                                                               Hasta entonces, el rey Rhoam Bosphoramus Hyrule."

—¿De qué crees que se trate? —le había preguntado Zelda cuando él acababa de terminar de leer la nota.
No se le ocurría algo exacto.
—¿Alguna información valiosa sobre el poder, tal vez?
Ella se mostraba un tanto escéptica a esa suposición. Y fue así como, ahora estaban en marcha al castillo de Hyrule. Los únicos campeones que se iban a quedar un rato más en Akkala serían Mipha y Revali, Link esperaba que les fuera bien. Durante el viaje, solo se detuvieron antes de entrar a la llanura, Zelda se veía un tanto absorta en su propio mundo.
—¿Ocurre algo? —preguntó Link.
—No es nada, —dijo ella, volteándolo a ver mientras cabalgaban a un ritmo regular— solo que estaba pensando en que ha pasado tiempo desde que no practico con el arco. ¿Te importaría practicar después de saber lo que padre tiene para decirme? Así te puedo informar de todo, además.
—Está bien.
Arribaron al castillo poco antes del atardecer, Link le prometió que estaría de vuelta al anochecer para poder retomar la conversación.

Al inicio, no había nadie en el despacho de su padre. Zelda preguntó a una chica de la servidumbre y ella le dijo que buscaría al rey para avisarle que ya estaba aquí. Zelda se recargó en una ventana y esperó por unos minutos, hasta que sintió los pasos inconfundibles de su padre por el pasillo. A juzgar por su mirada, no estaba de muy buen humor, le hizo una seña con la mano para que entrara.
—¿Puedo saber el motivo por el que me convocaste, padre? —inquirió Zelda.
El rey se sentó detrás del escritorio con una cara seria.
—¿Se puede saber por qué nunca me enteré de tu incidente con un miembro del clan Yiga? —preguntó, juntando las manos y poniendo los codos en el escritorio.
Así que era eso. La tomó desprevenida.
—Creí que no era pertinente que lo supieras, padre, —contestó, un tanto insegura— solo te distraería de tus responsabilidades. ¿O me equivoco?
—Zelda, cualquier cosa de relevancia que ocurre en este castillo me incumbe. ¿Qué hubiese pasado si esa persona hubiese logrado su cometido?
—Pero no fue así. Estoy bien, así que no debería estar del todo...
El rey le interrumpió, bajando de golpe su puño contra la mesa, haciendo mucho ruido.
—No deberías olvidar que, por tu posición, eres un blanco fácil, Zelda. Con tu deber como princesa, debiste comunicármelo de inmediato. Además de ello, necesito saber otra cosa. ¿Dónde estaba Link cuando ocurrió esto?
A Zelda le sudaban las manos, se estaba poniendo nerviosa. Les había hecho prometer a los caballeros no decir ni una palabra, a menos que la información llegara a su majestad de otra forma.
—No quería preocuparte y... Link estaba aquí, en la ciudadela, por supuesto. Es solo que era una emergencia y los caballeros más cercanos fueron los que me auxiliaron.
—Pues no has logrado más que preocuparme más por no habérmelo informado. Por otro lado, si Link estaba aquí realmente... no dudaré de tu palabra de momento —le expresó, con una mirada tosca, aunque luego su expresión se suavizó—. Ayer fui a supervisar el calabozo, encontrándome con ese nuevo preso. Veo que lo han mantenido a raya bien, pero esto nos lleva a otra cuestión.
Su padre se levantó de la silla y empezó a dar vueltas alrededor del escritorio.
—Lo más adecuado en esta situación sería interrogar a los miembros de la tribu sheikah. Es inconcebible tener infiltrados dentro de nuestras filas, podría haber más. Y es por eso, Zelda —siguió él, dirigiéndole la mirada a su hija— que deberías notificarme de cada cosa importante que ocurre dentro o fuera del castillo.
Zelda se sobresaltó. ¿Interrogar a todos los sheikah? ¿Eso no era demasiado?
—Padre, si me permites, quiero decir que no pienso que sea lo más sensato. Si interrogáramos a todos los sheikah, ¿no les generaría la impresión de que la familia real no confía en ellos? Eso atraería más problemas.
—Tal vez tú confíes ciegamente en la tribu aún cuando ha sucedido este incidente, hija, sin embargo, yo no.
No podía creerlo. Toda la tribu era devota al rey y la princesa, de eso no cabía duda y no obstante, el rey ponía en tela de juicio ese hecho.
—Padre, es excesivo dudar de todos por una sola persona. Es ahora cuando necesitamos estar...
—Ya basta, Zelda, —la cortó su padre a media oración— empezaré con la operación mañana. No te lo estaba consultando, solo quería comunicártelo.
La princesa podía sentir como se enfadaba por la decisión de su padre. Quería reclamarle que se estaba equivocando, sin embargo, si era así de necio, era inútil.
—Ya veo, —le respondió finalmente, seca— esperaré los resultados de esa decisión, padre.
Tras decir esas palabras, Zelda salió de la habitación y cerró la puerta. Su majestad no mostró objeción.

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