22.- Los sheikah, Mipha y Zelda

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Zelda se giró a Urbosa, después de todo, su conversación había sido interrumpida por Impa.
—Urbosa, ¿entonces...? ¿Sabes algo al respecto de mi madre?
—Princesa, temo decirte que la antigua reina de Hyrule y yo no solíamos hablar de esos temas, pero puedo asegurarle que ella tenía el poder en su interior.
—¿No hay nada más que conozcas? —inquirió ella.
Urbosa negó con la cabeza.
—Quisiera contestarte que sí, pero en realidad no lo sé. La antigua reina rara vez se podía verle manifestando sus poderes.
"Esto no pareciera estar yendo a ninguna parte. Al parecer ninguna princesa a excepción de mí ha tenido inconveniente en despertar el poder sagrado", pensó.
Urbosa le posó la mano en el hombro, tratando de transmitirle algo de seguridad.
—Lamento no serte de ayuda. Eres un caso especial, alteza.
—Está bien —dijo, reprimiendo las ganas de querer echarse a llorar ahí mismo, le retiró la mano del hombro—. Urbosa... ¿Te importa si me alejo un poco? Necesito... respirar.
Ella le contestó con un asentimiento y se fue más lejos, varios metros. Se sentó en una pequeña banca de mármol en medio del gran jardín del castillo, agachando la cabeza. Folke le había seguido también, solo le miraba.
"¿Qué estoy haciendo?" se preguntó a sí misma, estuvo al menos ahí, con la cabeza en blanco, por varios minutos, fue entonces cuando sintió que una lágrima empezó a derramarse. Se agarró con fuerza el vestido, dejando sus nudillos blancos bajo la presión del agarre, impotencia, tanta impotencia. Así, la princesa empezó a llorar a lágrima viva.

Link volvía a los jardines del castillo después de una buena merienda. Mipha se quedó con Daruk, diciendo que tenía que comprar unos materiales para algo que estaba fabricando, así que él volvía solo. A varios metros de distancia, comenzó a distinguir a Zelda, pudo ver que estaba sola y estaba a punto de alzar su mano para hacerle una seña, cuando notó que algo no andaba bien, corrió hasta llegar a ella y pudo verlo: su alteza estaba llorando, sus ojos estaban rojos, él se inclinó.
—Zelda, ¿pasó algo?
Ella le devolvió la mirada, tratando de cubrirse la cara desesperadamente, enjugándose las lágrimas.
—¡Link! Diosas, desearía que no me hubieses visto así.
—¿Te pasó algo? ¿Estás lastimada? —él se apresuró para buscar en sus bolsillos algo que pudiera servirle para limpiarse el rostro, encontró una servilleta—. Perdón, no encontré otra cosa. No la usé, así que no te preocupes.
Zelda le dio un pequeño gracias y se llevó la servilleta a la cara, limpiándose, aún así era imposible borrar los rastros de llanto. Link se sentó al lado de la princesa.
—¿Estás bien? ¿Ocurrió algo, has discutido con Urbosa? ¿Te hiciste daño? —inquirió a toda prisa.
—No te angusties por ello, y no te preocupes, no me hice daño, ni nada así. Tampoco he peleado con Urbosa.
—¿Es algo que no puedes decirme?
—No es eso, es complicado. Quizá hasta te burlarías de mí.
—¿Por qué me burlaría?
Zelda pensó fugazmente "cierto, no lo haría". Él esperó a que respondiera.
—Bueno... creo que no te burlarías, aunque diría que es vergonzoso.
—¿Puedes decírmelo?
—Es solo que me siento tan frustrada, Link. Siento que no avanzo —fue lo único que dijo, probablemente luego le diría todo.
—Yo veo que progresas, no has dicho mucho con eso, pero no dudo en que lo que te preocupa pronto pasará.
—¿De verdad te lo parece?
Él le asintió, vio como Folke, quien había ignorado hacía unos minutos, también le daba la razón con una cabeceada.
—Y al parecer, él también coincide.
Zelda le sonrió brevemente, luego tomó a Folke.
—Se llama Folke. No te lo había dicho, ¿cierto?
—No. Me parece apropiado.
La princesa acarició el rostro de Folke, encontrando un poco de paz.
—¿Te sientes mejor?
—Sí. Muchas gracias, Link. Ya has comido, ¿no?
—Sí, ¿por qué?
—Toda esta situación hizo olvidarme que debería ir a comer yo también. Iré por Urbosa, si quieres ir a otro lado está bien.
—De acuerdo. ¿De verdad estás bien?
—Lo estoy. Nos vemos luego.
Zelda se levantó de la banca, con Folke siguiéndole el paso.

Zelda buscó a Urbosa, la encontró en el mismo sitio.
—¿No te moviste de aquí en ningún momento?
—No. Alteza, ¿pudiste despejar tu mente?
Zelda le hizo saber con una seña que sí.
—Será mejor que comamos, se hace tarde.
Posteriormente a ello, fueron a la biblioteca. Buscaba algo que mantuviera su mente activa en la medida de lo posible y que a su vez le otorgara nuevos conocimientos. Sino podía progresar con el poder sagrado, intentaría en su tiempo libre un avance con la tecnología sheikah. En algunos de los libros había descripciones de los componentes de los guardianes y señalaban que estos eran lo suficientemente rápidos como para mantener a raya a Ganon. Urbosa le daba más libros conforme veía notas en unos.
—Los guardianes son casi tan esenciales como las bestias divinas, ¿no es así? —preguntó Urbosa.
—En el plan creado por nuestros ancestros estos jugaban un papel importante, por eso pienso que nos ayuden en el asalto de Ganon —le contestó ella, mientras seguía pasando las páginas—. No tengo idea desde qué lugar podría atacarnos esta vez, por eso la ayuda de las otras regiones es esencial.
—¿Cuál es su idea, alteza?
—Si lo pensamos adecuadamente, creo que actualmente deberíamos empezar a desplegar guardianes en distintos puntos de Hyrule para cualquier caso. Sí... Creo que es lo más sensato.
—Hágalo, princesa. La prevención siempre es de utilidad.
—Solo espero que mi padre no se oponga, —Zelda cerró el libro que estaba hojeando— si eso llega a pasar, ¿puedes ayudarme a respaldar mi punto?
—Sin dudarlo, rayo de luz. Lo que sea necesario.

Princesa de la calmaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora