12.- Bendición

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Solo tuvo que pasar una noche para que el rey de Hyrule se enterara de las intenciones de Daruk, después de una larga jornada. En la mañana citó a Zelda y a Link para que a la hora del desayuno pudieran hablar al respecto. Llegado el momento, Link se encaminó al comedor sin saber muy bien qué esperar, ya que desconocía del asunto.
—Buen día, majestad —dijo él, con una pequeña inclinación al entrar.
—Pasa, Link. Un gusto verte de nuevo, toma asiento.
Zelda no dijo nada cuando Link entró, se sentaron uno en frente del otro.
—Verán... Creo que mi hija ya lo sabe, pero lo mencionaré para ambos. Ayer llegó una carta de Daruk, haciendo una solicitud a nosotros.
Link esperó que él continuara hablando, pero no lo hizo.
—¿Y de qué se trataba, su majestad?
—Me pidió, y también a la princesa, que hiciéramos una ceremonia para ti, Link.
"¿Qué? ¿Por qué?" Fue lo primero que cruzó en la mente de Link.
—Veo que estás un poco consternado, Link. El motivo que utilizó Daruk fue que eres el escolta de mi hija, además de ser el elegido de la espada, piensa que lo mereces, y yo no podría estar más de acuerdo.
—Me halaga, señor, aunque creo que no será necesario...
—No seas modesto, Link. De verdad, sería un placer. ¿No lo crees, hija mía?
Esa pregunta la tomó desprevenida a Zelda, reprimió una mueca e intentó forzar una sonrisa.
—No tengo objeciones, padre. Si tú lo decides así, yo no tengo problema con ello, y si Link lo decide, tampoco tendría motivos para disgustarme.
Link notó que había algo raro en la forma en que Zelda dijo esas palabras, sin embargo, tomó una decisión.
—Acepto su gesto, alteza.
—¡Qué gusto me da oír esas palabras, Link! Habrá que hacer la ceremonia lo más pronto posible. ¿Qué te parece en cinco días? Así todos los campeones podrán estar aquí.
—Estoy de acuerdo, su majestad.
—¿Qué opinas tú, Zelda, querida?
—Yo... Está bien. Hagámoslo en cinco días.
—Maravilloso, dejo esto en sus manos. Zelda, por favor, encárgate de darle tu bendición.

Pasada la mañana, Zelda comenzó a leer el antiguo protocolo que se hacía cuando el héroe de la época era reconocido como tal, lo leyó y pensó que realmente era interesante, algunas de las palabras que hablaban sobre el crepúsculo o el cielo le recordaron a las leyendas respecto a que hace mucho tiempo Hyrule pasó por situaciones impresionantes con los héroes elegidos por la espada. Aún así, leyendo todo aquello, había algo que le inquietaba, cuando pensaba en el momento que se llevara a cabo esta pequeña ceremonia, todo iría demasiado rápido y no podría detener sea lo que sea que se avecinara. Suspiró, pensar en el cataclismo le ponía los pelos de punta, pero ahora su prioridad y preocupación era esto.
—"... Rezamos porque la unión entre la espada sagrada y el héroe sea eterna" —recitó.
No era un discurso muy largo, podía hacerlo.  Mientras seguía memorizando el discurso, alguien tocó la puerta.
—Adelante.
—Buen día, princesa —Impa entró y después cerró la puerta—. ¿Va todo en orden?
—Bueno, en realidad la cosa es...
Impa notó que llevaba un libro en las manos y lo observó.
—¿Qué lee?
—Eso es lo que quería decir —se aclaró la garganta—, estoy aprendiendo un discurso que usaré para dar una bendición.
—¿A quién, princesa?
—A... Link. Daruk lo sugirió, Padre estuvo de acuerdo y Link no se veía disgustado por ello, así que, eme aquí.
—¿Y usted, princesa? ¿Qué pensó de eso?
—No lo sé, —negó con la cabeza— es que...
—¿Por qué le desagrada Link, alteza?
—¡No es eso! No... no me desagrada. No lo sé.
—Link no es malo con usted, lo sabe, ¿verdad? Cuando lo conocí en persona hace unas semanas me pareció muy honrado. Además... es educado.
—Sé que es educado, no sé qué diablos me sucede.
—¿Qué es lo que le repele de él?
—Quisiera saberlo.
Aunque sí lo sabía, pero no se lo contó.
—Usted lo sabe. Sé que sí, aunque no quiera decírmelo. Y está bien, princesa.
—Impa, yo no... Es que no sé como explicarlo.
Se sentó un momento en su cama.
—Soy patética, ¿verdad?
—¡Por la Diosa! No diga eso, por favor. Usted no es patética en lo más mínimo, pero vamos, dele una oportunidad a Link, debe intentar no ser tan mezquina con él, porque no crea que no lo noté en aquella ocasión.
—¿Me mostré tan molesta?
—Había cierto desdén cuando lo miraba, si me deja decirlo.
Zelda agachó la cabeza.
—Créeme que intentaré no ser así. Lo intento, no sé qué me pasa. Pero no es culpa suya, soy yo.
—Bueno, solo piénselo bien y haga las cosas como deban ser y saldrá todo bien —Impa le dio unas palmadas en la espalda, muy suaves—. No desanime, ¿bien?
—Sí. Gracias.

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