4.- Urbosa

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La princesa Zelda fue despertada desde temprano para que fuera a la región del cañón lo más rápido posible. Sus sirvientas ya estaban preparándose para hacerle de escolta dentro de la región, poniéndose formales. Una sirvienta ya tenía preparada la tina para su princesa, y Zelda se dio un baño aprisa, sintiéndose un poco adormilada. Pronto se vistió después de mucho tiempo con el vestido que usaba para ceremonias un poco más formales, era azul, con adornos dorados en la parte superior del vestido y era muy largo, tapándole las sandalias que traía. Se dejó el cabello tal y como lo traía, solo se peinó un poco para no tenerlo alborotado. Quedó lista, por lo cual, se apresuró a desayunar. Para las siete y media de la mañana ya estaban listos para partir. Iba a ser escoltada por cuatro caballeros en esta ocasión, al ser un número mayor de mujeres —en realidad, solo tres, contando a su alteza—, cada quien fue en un caballo, no pudo evitar percatarse de que sus sirvientas no podían manejar adecuadamente un caballo, considerando que, no solían salir de la ciudadela bajo ningún motivo, así, partieron pese a sus dificultades.

Mientras tanto, Link se encontraba comprando cosas dentro de la ciudadela, cuando las tiendas empezaban a abrir, descubrió que realmente el lugar le era cómodo y quizá, incluso si ser escolta personal no funcionaba, se quedaría un tiempo ahí, era un buen lugar para conseguir provisiones para cualquier tipo de viaje, pensó en conseguir un par de manzanas para su caballo, siempre eran una buena recompensa para él. También empezó a comprar un par de flechas, por si acaso, en cuanto a su escudo, solo lo lustró un poco, ya que estaba algo sucio por los viajes realizados. La semana transcurrió bastante tranquila y ya casi iba a llegar a su fin, pensó que, si realmente tendría la oportunidad de visitar a los Zora, era posible ver a Mipha; se había convertido en una de sus más buenas amigas a pesar de ser de una raza diferente y era bienvenido en el reino, sobretodo por ella, deseaba contarle novedades y conocer su estado actual, hacía meses que no podía visitarla porque estuvo muy atareado, pero le emocionaba mucho tener su compañía, aunque el tiempo fuese escaso, así, dio un paseo por los alrededores, hacía un clima excelente que lo mantenía relajado, esperaba, pacientemente, para ponerse en acción. De este modo transcurrió la mañana de Link.

Por otra parte, Zelda pasaba por la vasta llanura de Hyrule, incomodándose al cabalgar con una vestimenta de esta índole. Agradecía que no lloviera, eso lo haría peor. El sol apenas estaba ascendiendo, y pronto avanzaron, observaba maravillada como hacían algunas pruebas con guardianes a los alrededores, aunque sabía que tenía que centrarse en lo que estaba haciendo. Así continuaron hasta llegar al rancho de la llanura, donde la gente no cupo en su asombro al ver a la princesa de Hyrule, sin embargo los caballeros intentaron desviar la atención de ella, ya que ella solo quería un poco de paz. Se lavó el rostro, mientras sus sirvientas iban de un lado a otro buscando ingredientes para hacerle algo bueno de comer, ella estaba cansada y no puso objeciones en esta ocasión. Después de una hora, empezó a comer junto a los caballeros y las sirvientas. Uno de ellos trazó una ruta en un mapa.
—¿Le parece bien así, alteza?
—Lo que sea más seguro está bien para mí.
—No sabemos con exactitud qué tan seguro es, pero es donde podemos pasar sin problema alguno.
—Ustedes deciden. Confío en sus palabras.
Decidieron que cruzarían por el cañón, donde los caballos podían moverse sin problemas, pasando por el puente colgante de Digdo. Este, le daba una pequeña sensación de vértigo al verse rodeado por completo de agua, aunque un ruido la sacó de su ensimismamiento.
—¿Qué demonios ha sido eso? —murmuró un caballero.
—No sé, pero no suena bien —dijo el otro.
Entonces se escuchó un mandoble alzándose. Un oficial del clan Yiga.
—¡Salgan de aquí! ¡Nosotros nos encargáremos! —ordenó uno de los caballeros.
Zelda espoleó a Perla lo más rápido que pudo, con las sirvientas pisándole los talones, cruzaron el puente y ahí sí frenó para girarse y ver qué demonios pasaba. El oficial podía hacer ráfagas de viento con el mandoble, lo cual se estaba volviendo en un inconveniente para los caballeros, se encontraba impotente al ver que no podía hacer nada, sino esperar lo mejor. Uno de los caballeros sacó una lanza y logró darle al oficial, esto fue suficiente para que los otros encontraran una oportunidad de desenvainar, dos de ellos sacando una espada y otro un mandoble que al parecer le era difícil manejar, el primer caballero corrió hacia él, y cuando el oficial se disponía a atacarle de vuelta, él desvió hacia la izquierda, asestando un golpe a una de sus costillas, el oficial se retorció de dolor aún sin soltar el mandoble, mientras la sangre empezaba a escurrirse, por su parte los otros tres, apuntaron firmemente al oficial.
—¡Podemos matarte aquí mismo! —gritó uno.
—Tú decides si te dejamos vivir, aunque ataques como todo un sinvergüenza.
—Si te alejas de aquí y nos dejas en paz, vivirás —amenazó otro.
—¿Se aprovechan de su número? Y a mí me llaman sinvergüenza —dijo el Yiga, agarrándose la herida con la mano derecha, con una mirada desafiante— pero a fin de cuentas, uno sabe bien lo que le conviene, ¿no? Muy bien, me voy a ir, pero no crean que soy el único que anda por aquí.
De la nada, con un humo rojo, el oficial se desvaneció.
—¿Qué diablos ha sido eso? —dijo uno.
—Tienen esa habilidad... bastante desventajoso para nosotros. Pero qué más da, ¡todos de vuelta a los caballos y a asegurarse que su alteza y las demás se encuentren bien! —alzó la voz el más capacitado.
Así se acercaron a el resto del grupo, la princesa Zelda miró a los cuatro, notando que al parecer no sufrieron daños, más que uno que otro pequeño raspón.
—Me alegro de que estén bien —dijo ella.
—¿Usted está bien?
—Sí, estoy bien. Hay que estar mucho más alerta.

Princesa de la calmaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora