33.- Sin detenerse

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La noche estaba por caer. Link y Zelda se habían trasladado al rancho del este, y a su vez, se habían apartado un poco de ahí para practicar el arco sin molestias.
Zelda tomaba una flecha, tensando la cuerda.
—Sé que debería estar intentando dar lo mejor de mí en la fuente, pero creo que esto es lo que debería hacer ahora mismo.
—Siempre y cuando lo retomes, no hay problema. No tenemos que levantar sospechas, como decía la carta.
Ella soltó una flecha contra el árbol, dando en el centro, continuó así por un par de minutos.
—Tu técnica sigue afinándose con el tiempo —comentó Link, acercándose un poco—. Estoy seguro de que me superarás en nada.
La princesa sonrió.
—A veces no puedo discernir entre si lo dices en serio o para animarme.
Otra flecha en el árbol.
—Te lo digo completamente en serio.
Zelda perdió la concentración, fallando el siguiente tiro.
—Supongo que retiro lo dicho —dijo Link, a modo de broma.
—El culpable eres tú —contestó, sintiendo como se ruborizaba un poco y ponía otra flecha en la cuerda.
Link se inclinó delante suyo.
—¿Eso crees?
Le tomó desprevenida, casi retrocede.
—Algo así, vamos, vamos, no me dejas disparar —se excusó ella.
—No te desconcentres solo por mí. ¿Entiendes? Es vital —le explicó Link, más serio.
Había adoptado esa actitud de instructor, no era una especie de coqueteo como Zelda había pensado al inicio.
—Bien.
Le hizo una seña a Link para que se apartara y disparó al menos cuatro veces más. Él dijo un par de cosas más, pero siguiendo su consejo, lo oyó sin escuchar realmente, enfocándose en la flecha.
—Veo que seguiste mi consejo —decía él, esta vez sí le prestó atención, sin desviar la vista—. Perfecto.
Zelda iba a tomar otra flecha pero se dio cuenta que se las había gastado todas, así que se dedicó a recogerlas. Link le ayudó, dándole la última flecha que estaba tirada.
Ella le dijo un "gracias" casi inaudible.
—Está anocheciendo, es mejor que nos demos prisa.
Asintió, echándose el arco a la espalda, bajaron por un camino empinado y se dirigieron al bosque Octo.

De momento, no podían divisar nada fuera de lo común, lo único que les servía para localizar las cosas era la luz de la Luna, lastimosamente, estaba en su cuarto menguante, lo que no era de gran utilidad. Link parpadeaba varias veces, en busca de algo vistoso.
—¿Debería sacar el farol que he traído? —preguntó Zelda.
—No, llamaría demasiado la atención. Tenemos que esperar.
Estaban muy en la orilla, esperando algo, entonces hubo un ruido de hojas moviéndose a toda prisa.
Link le hizo una seña a Zelda para guardar silencio y oyó un ruido familiar, el indudable sonido de cuando un Octorok toma impulso y arroja una piedra, sacó su escudo apenas oírlo.
La piedra rebotó en el escudo.
—Sería un fastidio buscarlo entre toda esta oscuridad —murmuró, Link, protegiéndolos a ambos con el escudo—. Hay que movernos un poco más para estar fuera de su alcance.
Se trasladaron y esperaron un rato, hasta que a la distancia se veía un puesto luminoso, debía tener varios faroles alrededor suyo.
—Debe ser ese —dijo Link, entrecerrando un poco los ojos—. Hay que acercarnos, solo que, primero, tengo una idea.
—¿Qué es?
—Necesito que te quedes un poco más lejos de mí, de ser posible, de un lugar alto. Requiero que cuides mi espalda si algo sale mal.
—De acuerdo.
Bajaron hasta a estar una decena de metros de distancia del mercader, Zelda divisó un lugar donde podría vigilar a sus anchas.
—Ya me voy, entonces —dijo Link—. Espero no tardarme.
Zelda le tomó la mano y se la apretó.
—Sé cuidadoso.
No sabía en qué estaba pensando, pero Link se llevó la mano de Zelda a los labios.
—Lo haré —respondió, dejándole la mano libre y empezó a apurar el paso.
Le tomó unos segundos espabilar y se trepó a una roca que le permitía vigilar desde ahí.

Cuando Link llegó hasta el puesto, no había nadie más que el encargado, estaba de espaldas y parecía ligeramente más alto que él, aunque lo hubiera visto agachado acomodando algo, al percatarse de su presencia, se giró.
Link se había colocado la capucha de tal manera que no se hiciera evidente su túnica de campeón, además, se había cubierto el rostro lo mejor que podía.
—¿En qué puedo ayudarle?
El hyliano debía estar en sus treintas, casi cuarentas, tenía una barba poblada y el cabello de color negro, se asomaba una pequeña cana por ahí.
—En realidad, nunca he venido por aquí —empezó Link—. ¿Podría saber qué productos vende?
—Me dedico más que nada a vender productos relacionados con los monstruos, con el aumento... En fin, mucha gente dice que ayudan a crear elixires. Y por un par de rupias más, ofrezco otro tipo de servicio.
Link arrugó el rostro.
—¿A qué se refiere?
—Como es un nuevo cliente, solo deme veinte rupias y lo sabrá.
Repasó sus posibilidades, vamos, veinte rupias no era mucho por averiguar un tanto.
Link rebuscó en su bolsillo y depositó el dinero en la madera.
El tipo se agachó y desplegó un par de armas, entre ellas, rebanadoras. Intentó que no se reflejase en él el rechazo que le provocaba.
—¿Puedo preguntar por sus clientes? —inquirió Link, con la voz más tranquila que podía articular.
—Hay todo tipo de gente, —el mercader se encogió de hombros— por lo general no me preguntan de dónde he sacado esto y yo no les interrogo por qué requieren un arma. De todas formas, a uno le gusta creer que se usan con buenos propósitos.
—¿Y si le dijera que es posible de que tenga clientes que lo usen de forma inadecuada?
—No me hago responsable de lo que hagan o deshagan.
Link se descubrió el rostro, adoptando una expresión más severa.
—Consíderelo, por favor.
Aún mostrando su cara, el comerciante no le reconocía. Sin embargo, algo lo sacó del tema, un grito que reconoció.

Princesa de la calmaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora