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Ocho días
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arte II


Chris se encontró de pronto de vuelta en la zona fría y sombría de secuoyas que había detrás de la residencia de la Escuela de la Costa. Notaba la piel fría y pegajosa, había perdido por completo el sentido del equilibrio y se desplomó debruces sobre la suciedad y las hojas de secuoya que había en el suelo del bosque.

Se dio la vuelta y vio dos siluetas ante el, aunque su visión daba tantas vueltas que ni siquiera podía distinguir quiénes eran.

—Pensé que estarías aquí.

Shelson. 

Chris sacudió la cabeza y parpadeó un par de veces. No solo estaba Shelson. También estaba Miles. Los dos parecían agotados. Chris estaba agotado. Miró el reloj sin sorprenderse por el tiempo que se había pasado contemplando a la Anunciadora. Eran más de la una de la madrugada. ¿Qué andaban haciendo Miles y Shelson a esas horas por ahí?

—Pe-pe-pero ¿qué pretendías hacer...? —balbuceó Miles señalando el lugar donde había estado la Anunciadora.

Chris miró por encima del hombro. La sombra había estallado en cientos de hojas negras aciculadas que iban cayendo al suelo, lo bastante quebradizas como para convertirse en ceniza al tocar el suelo.

—Creo que voy a vomitar —musitó volviéndose a un árbol cercano. 

Tuvo unas cuantas arcadas, pero no salió nada. Cerró los ojos sintiéndose culpable.Había sido demasiado débil y había llegado demasiado tarde para salvarse a sí mismo. Una mano fría se le acercó y le apartó los mechones de la cara. 

Chris vio los desgastados pantalones negros de yoga de Shelson y las chanclas y se sintió invadido por una sensación de gratitud.

—Gracias —dijo. Al cabo de un buen rato, se pasó la mano por la boca y se incorporó algo tambaleante—. ¿Estáis enfadados conmigo?

—¿Enfadados? Estoy orgulloso de ti. Lo has hecho solito. ¿Para qué necesitas más a alguien como yo? —Shelson se encogió de hombros sin dejar de mirar a Chris.

—Shelson...

—No. Te diré para qué me necesitas —espetó Shelson—. Para mantenerte a salvo de desastres como en el que has estado a punto de meterte. Te guste o no,me atrevo a añadir: ¿qué pretendías hacer? ¿Sabes qué le ocurre a la gente que entra en las Anunciadoras?

Chris negó con la cabeza.

—¡Pues yo tampoco, pero seguro que no es nada bueno!

—Solo tienes que saber lo que te traes entre manos —intervino Miles de pronto a sus espaldas. Tenía el rostro extrañamente pálido. Sin duda, Chris lo había asustado mucho.

—Oh, de acuerdo. ¿Así que se supone que tú sí sabes lo que te traes entre manos? —le desafió Shelson.

—No —musitó él—. Pero un verano mis padres me apuntaron a un taller de un ángel mayor que sí sabía cómo hacerlo, ¿vale? —Se volvió hacia Chris—. Y lo que tú estabas haciendo no se acercaba siquiera. Me has asustado mucho, Chris.

[ El poder de las Sombras ]▪︎ChrisdielDonde viven las historias. Descúbrelo ahora