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Dieciocho días
Parte III


—Falta tres horas para Fort Bragg ¿Vas a seguir enfadado conmigo todo el rato?—Chris no le hizo caso.

Zabdiel enfiló hacia el oeste e intentó de nuevo cogerle de la mano.

—¿Me podrás perdonar a tiempo para disfrutar de nuestros últimos minutos juntos?

Era lo que Chris quería. En realidad, no quería pelearse en ese momento con Zabdiel. Pero la sola mención de que había algo parecido a « nuestros últimos minutos juntos», la sola referencia a que lo iba a abandonar por razones sin comprensibles para el y que él se negaba a explicarle lo crispaba y lo asustaba. En ese mar tormentoso que formaban el cambio de estado y de escuela, y los nuevos peligros por doquier, Zabdiel era la única roca a la que podía asirse. ¿Y lo iba a dejar en ese momento? ¿Acaso aún no había sufrido bastante?
¿Acaso ambos no habían sufrido bastante?

Zabdiel dijo algo que le llamó la
atención. Acababan de pasar un cartel que decía BIENVENIDOS A
MENDOCINO y Chris miraba en dirección oeste.

Zabdiel señaló hacia el este, en dirección a un bosque de secuoyas y arces oscuro y frondoso.

—¿Ves el camping de caravanas de ahí delante?

El no lo habría visto si no se lo hubiera señalado; tuvo que esforzarse para distinguir una estrecha carretera asfaltada en la que un letrero de madera con forma de pastel de lima y letras blancas anunciaba CASAS MÓVILES MENDOCINO.

—Antes vivías justo ahí.

—¿Qué? —Chris inspiró tan rápidamente que empezó a toser.

El camping parecía un lugar triste y solitario.

—Es horrible.

—Viviste aquí antes de que se convirtiera en un camping de caravanas —le explicó Zabdiel mientras detenía el coche a un lado de la carretera— Antes de que hubiera casas móviles. En esa vida, durante la fiebre del oro, tu padre trajo a tu familia desde Illinois. Era un lugar realmente bonito.

Chris vio a un hombre calvo barrigudo tirando de la correa de un perro sarnoso de color anaranjado.

—Tenías una casita de dos habitaciones, y tu madre era una pésima cocinera, de modo que la casa siempre apestaba a repollo. Tenías unas cortinas azules de cuadritos que yo acostumbraba apartar para encaramarme a tu ventana de noche después de que tus padres se acostaran.

El coche empezó a avanzar con lentitud.

—¿Y cómo me conociste por primera vez? —le preguntó.

Zadbiel sonrió.

—En esa época cortaba madera a cambio de comida. Una noche, a la hora de la cena pasé por delante de tu casa. Tu madre hervía repollo y olía tan mal que estuve a punto de pasar de largo. Pero entonces te vi entre las cortinas, cosiendo. No pude apartar la vista de tus manos.

Chris se las miró: tenía los dedos pálidos y estrechos, y las palmas pequeñas y cuadradas, y se preguntó si habían sido siempre iguales. Zadbiel tendió la mano hacia ellas.

—Siguen siendo tan suaves como entonces.

Chris negó con la cabeza. Le encantaba esa historia, y le habría gustado escuchar mil historias más como esa, pero no se refería a ese tipo de historias.

—Me gustaría qué me contarás la primera vez que me conociste —dijo Chris.

—La primera de verdad ¿Qué pasó?

[ El poder de las Sombras ]▪︎ChrisdielDonde viven las historias. Descúbrelo ahora