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Catorce días
P

arte III


Richard escudriñaba el aparcamiento, haciéndose con las flechas que ella había tirado, como si aquel fuera el cometido más acuciante de su vida. Chris se agachó en el sitio donde había caído la chica. Desconcertado y más aterrorizado de lo que había estado instantes antes, resiguió con el dedo la grava.

Richard regresó junto a Chris con tres flechas en una mano y el arco de plata en la otra. Instintivamente, Chris tendió la mano para tocar una. Nunca había visto nada igual y por algún extraño motivo se sentía fascinado.

Se le puso la piel de gallina y la cabeza empezó a darle vueltas.

Richard le apartó las flechas.

—Son mortales.

Chris parpadeó varias veces.

—¿Qué acaba de ocurrir, Richard? —El tono de su voz era duro— ¿Quién era?

—Una Proscrita —respondió Richard sin mirarlo, con los ojos clavados en el arco de plata que llevaba en la mano.

—¿Una qué?

—Son ángeles de la peor calaña. Estuvieron de parte de Satanás durante la revuelta, pero no llegaron a pisar el mundo subterráneo.

—¿Por qué no?

—Ya conoces a ese tipo de gente. Son como las chicas que quieren que las inviten a una fiesta a la que no tienen intención alguna de asistir —Hizo una mueca de disgusto— Cuando terminó la batalla intentaron echarse atrás y regresar rápidamente al Cielo, pero fue demasiado tarde. En las nubes solo tienes una oportunidad —Miró a Chris— Al menos, la mayoría de nosotros.

—De modo que si no están en el Cielo... —A Chris le seguía resultando difícil hablar con naturalidad de esas cosas— ¿están en el Infierno?

—Para nada. Aún recuerdo cuando volvieron con el rabo entre las piernas — Richard lanzó una risotada siniestra— En general, aceptamos a todo el mundo, pero incluso Satanás tiene sus límites. Los expulsó de forma permanente y, como castigo a su ofensa, los dejó ciegos.

—Pero esa chica no estaba ciega —musitó Chris, recordando cómo seguía con el arco a Richard. Si no le había dado era porque él se había movido más rápido.

—Sí, sí lo estaba. Simplemente, emplean otros sentidos para percibir el mundo. Son capaces de ver de otro modo, lo cual tiene sus limitaciones y también sus ventajas.

A Chris se le heló la sangre al pensar que podía haber más Proscritos agazapados en el bosque armados con arcos de plata y flechas.

—Bueno, ¿qué le ha ocurrido? ¿Dónde está ahora?

Richard lo miró fijamente.

—Está muerta, Chris. Finito. Adiós.

¿Muerta? Chris contempló aturdido el lugar en el suelo donde había ocurrido todo. Estaba tan vacío como el resto del aparcamiento.

—Pensaba que no podíais matar a los ángeles.

—Solo con una buena arma.

Richard mostró a Chris las flechas una última vez; después las envolvió en un trozo de tela que se había sacado del bolsillo y se las metió en la chaqueta de cuero.

—Estas cosas son difíciles de conseguir. Pero deja ya de temblar, no pienso matarte.

A continuación, se dio la vuelta y empezó a comprobar una por una las puertas de los coches que quedaban en el aparcamiento; observó una camioneta de color gris y amarillo que tenía la ventana del conductor bajada y sonrió.

[ El poder de las Sombras ]▪︎ChrisdielDonde viven las historias. Descúbrelo ahora