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El fin de la tregua
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La Proscrita bajó el arma. Cuando la flecha se destensó del arco, la cuerda
emitió un crujido, como el de una puerta de desván al abrirse. Su rostro tenía la
calma de un estanque en un día sin viento.

—Si quieres que el chico viva —dijo con voz monótona—, yo te obedeceré.

Alrededor, todos habían dejado de luchar. 

El vaivén del neumático prosiguió hasta que acabó deteniéndose al dar contra el rincón de la valla. Las alas de Rolan detuvieron sus sacudidas y empezaron a mecerse suavemente hasta devolverlo al suelo. 

Todo el mundo permaneció quieto, pero el aire quedó cargado de un silencio eléctrico.

Chris sintió el peso de muchas miradas sobre el: Callie, Miles y Shelson.
Zabdiel, Aryan y Beith. Richard, Rolan y Molly.

Los ojos ciegos de los Proscritos. Pero no se podía apartar de esa chica con esos ojos blancos inexpresivos.

—No lo matarás... ¿porque yo te lo digo? —Chris estaba tan sorprendido que
se echó a reír—. Creía que me queríais matar.

—¿Matarte? —La voz mecánica de la chica adquirió una cadencia aguda, como de sorpresa—. Para nada. Moriríamos por ti. Queremos que vengas con
nosotros. Eres nuestra última esperanza. Nuestra llave de entrada.

—¿Entrada? —Miles expresó la sorpresa que Chris era incapaz de demostrar
en ese instante—. ¿Adónde?

—Al Cielo, claro. —La muchacha miró a Chris con sus ojos inertes—. Tú
eres el precio.

—No.

Chris negó con la cabeza, pero las palabras de la chica le martilleaban el
cerebro retumbando de un modo que hacía casi insoportable la sensación de
vacío que sentía.

« La entrada al Cielo. El precio» .

Chris no entendía nada. 

Los Proscritos se lo llevarían, ¿y qué harían con el? ¿Utilizarlo como una especie de moneda de cambio? 

Esa chica ni siquiera podía verlo para saber quién era. Si algo había aprendido Chris en la Escuela de la Costa era que los mitos no se podían perpetuar. Eran demasiado antiguos, demasiado retorcidos. Todo el mundo sabía que había una historia, una en la que Chris había participado mucho tiempo atrás, pero nadie parecía saber por qué.

—No la escuches, Chris. Es un monstruo.

A Zabdiel le temblaban las alas. Era como si creyera que podía sentirse tentado a ir. 

Entonces Chris empezó a sentir una comezón en los hombros, un picor intenso que le dejó el resto del cuerpo entumecido.

—¿Christopher? —gritó la Proscrita.

—Está bien, un momento —dijo Chris a la chica, y se volvió hacia Zabdiel—.
Quiero saber una cosa: ¿qué es la tregua? Y no me digas que nada, ni me vengas
con que no me lo puedes explicar. Quiero la verdad, me la debes.

—Tienes razón —convino Zabdiel para sorpresa de Chris. 

No dejaba de dirigir miradas a la Proscrita, como si esta fuera a llevarse a Chris en cualquier instante

—Richard y yo la preparamos. Acordamos dejar a un lado nuestras diferencias durante dieciocho días. Todos los ángeles y los demonios. Nos aliamos para cazar a otros enemigos, como ella —señaló a la Proscrita.

—Pero ¿por qué?

—Por ti. Porque necesitabas tiempo. Aunque nuestros fines sean distintos, por
ahora Richard y yo, y todos los de nuestra especie, somos aliados. Compartimos una
prioridad.

Lo que Chris había visto en la Anunciadora, aquella repugnante escena de
Zabdiel y Richard colaborando. ¿Se suponía que eso estaba bien porque habían acordado una tregua? ¿Para darle tiempo a el?

—No es que te sintieras muy comprometido con la tregua. —Richard escupió en
dirección a Zabdiel—. ¿De qué sirve una tregua si no se cumple?

—Tú tampoco la cumpliste —dijo Chris a Richard—. Estuviste en el bosque de la
Escuela de la Costa.

—¡Te estaba protegiendo! —replicó Richard—. ¡Nada de salir de paseo a la luz
de la luna!

Chris se volvió hacia Aryan.

—Sea lo que sea, la tregua, dime: ¿cuando termine significará... que Richard de
repente volverá a ser el enemigo? ¿Y Rolan también? Esto no tiene ningún
sentido.

—Christopher, basta con que lo digas —intervino la Proscrita— para que yo te
aleje de todo esto.

—¿Y adónde me llevarás? ¿A dónde? —preguntó Chris. 

Había algo atractivo en la idea de marcharse, lejos de todos los problemas, luchas y confusiones.

—No hagas nada que luego puedas lamentar, Chris—le advirtió Richard. Era
raro que él sonara como la voz de la prudencia, mientras que Zabdiel parecía
prácticamente paralizado.

Chris miró a su alrededor por primera vez tras salir del cobertizo. La batalla
había terminado. 

La Proscrita seguía esperando una respuesta de Chris. Sus ojos brillaban en la noche y retrocedía conforme los ángeles se le acercaban. 

Cuando Richard se aproximó, la chica alzó lentamente el arco otra vez y lo apuntó hacia su corazón.

Chris vio que se tensaba.

—Tú no deseas marcharte con los Proscritos —dijo a Chris—. No esta noche.

—Tú no le digas lo que quiere o deja de querer —intervino Shelson—. Yo no
digo que tenga que irse con esos tipos albinos tan raros, ni nada. Lo único que
quiero es que todo el mundo deje de tratarlo como a un niño y le permita hacer
lo que le parezca. ¡Ya basta, caramba!

Su voz atronó en el patio, provocando un respingo en la Proscrita, que
retrocedió al instante. Se volvió para dirigir su flecha hacia Shelson.

Chris contuvo el aliento. La flecha de plata temblaba en las manos de la Proscrita. Tensó la cuerda. Chris contuvo el aliento. Pero antes de que pudiera
disparar, sus ojos vidriosos se abrieron, el arco se le cayó de las manos, y su
cuerpo desapareció en un tenue estallido de luz grisácea.

Aproximadamente medio metro por detrás de donde la chica había estado, Molly bajó un arco de plata. Era evidente que la había disparado por la espalda.

—¿Qué pasa? —espetó Molly mientras el grupo se volvía con gran estupor
para mirarla—. Ese nefilim me cae bien. Me recuerda a alguien que conozco.

Movió un brazo para señalar a Shelson, que dijo:

—Gracias. En serio. Esto ha estado muy bien.

Molly se encogió de hombros, ajena a la presencia oscura y gigante que se elevaba detrás de ella. Era el Proscrito al que Miles había arrojado al suelo con el kayak.

Phil.

Asiendo la embarcación como si de un bate de béisbol se tratara, la blandió
hacia delante y golpeó a Molly, que cayó al suelo con un gemido. 

Tras echar el kayak a un lado, el Proscrito rebuscó en su gabardina la última flecha brillante.

Sus ojos inertes eran la única parte de su rostro que carecía de expresión. El
resto de él —sus gruñidos, su ceño, incluso sus pómulos— tenía una apariencia
tremendamente furiosa. 

Levantó su arco de plata y apuntó a Chris.

—Llevaba semanas esperando pacientemente mi oportunidad. A mí no me importa ser un poco más enérgico que mi hermana —rezongó—. Vas a venir con nosotros.















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[ El poder de las Sombras ]▪︎ChrisdielDonde viven las historias. Descúbrelo ahora