Capítulo: 40 "Golpe"

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México, hace 7 años

Paso un año en un abrir y cerrar de ojos, para los chicos fue como estar encerrados en una eterna pesadilla, torturas físicas como psicológicas fueron su tormento de día y noche, el Señor cada vez se obsesionaba más con Samuel, sus celos y su sentimiento de posesividad iba en aumento, incluso se tornó violentó, golpeando al mayor hasta que quedó inconsciente en el suelo, y todo porque una mujer secuestrada besó al doctor que le salvo la vida y fue amable con ella.

El señor al enterarse de eso, furioso quiso castigar a la maldita zorra que se atrevió a poner sus sucias manos en su amado, sin embargo, sabiendo que no solo sería una muerte rápida intentó apaciguar a su sobrino, pero solo provocó que su ira ascendiera.

Ambos forcejearon, Samuel era delgado y de una salud cuestionable, siempre desde niño fue enfermizo, por lo que tenía poca fuerza, siendo vulnerable ante cualquier ataque físico; además el Señor que desde pequeño ejercitó y moldeó su cuerpo en uno fornido y musculoso, teniendo una resistencia asombrosa fue fácil doblegarlo, pero no importaba que lo empujase o agarrase, el mayor ignoraría su miedo y continuaría firmemente impidiéndole su andar.

Los chicos que se encontraban en el suelo arrodillados con la cabeza baja, miraban aterrorizados por la actitud de Samuel, pues siempre se mostraba pasivo y sumiso, no levantaba la vos ni la mirada, cediendo y asintiendo a lo que se le ordenase, por lo que ahora, era inusual que se comportará así, tal vez los límites de su paciencia estaban llegando a su fin, o tal vez está era su última resistencia en la vida.

Rex se apresuró a sujetarlo y encerrarlo en su habitación, sin embargo, Samuel en su intento de apartarse de su segundo sobrino, golpeó el rostro del Señor con su cabeza, esto originó que los labios del menor se hincharan y se rasgaran con el filo de sus dientes, un hilo de sangre escurrió por la cortada.

-¿Te atreves a lastimarme por esa puta? – Su voz era incrédula, fría y penetrante, pero incrédula; el contrario tembló asustado por aquel tono de voz, las cejas fruncidas del menor se volvieron más pronunciadas y rígidas, su mirada parecía que estaba cubierta de escarcha, pudiendo congelar a cualquiera que se atreviese a mirarlo a los ojos, Rex estaba con la boca abierta, sin saber qué hacer, pero al ver esos ojos irradiar un brillo sangriento supo que nada bueno pasaría, por lo que adivinó que aparte de despellejar viva aquella mujer, uno de los tres mocosos que adoptaron sería sacrificado para enseñarle una lección a su adorable tío.

*¡Paf!* *¡Cataplam!*

Un retumbante sonido hizo eco en la sala, todos estaban en shock, nunca se imaginaron que esto sucedería, Samuel se encontraba en el suelo, con sus mejillas rojas e hinchadas, un hilo escarlata fluía de su nariz hacia su barbilla, incluso goteando hasta el suelo, su mirada se mostraba un poca difusa, su cuerpo temblaba incontrolablemente, parecía un pequeño herbívoro asustado al ser asechado por una inmensa pantera hambrienta.

El menor estaba parado firmemente en su lugar, aun con el delgado hilo de sangre deslizándose con lentitud por su barbilla, su mano derecha se veía ligeramente rojiza, como si le hubiera pegado a la pared.

Rex fue el primero en reaccionar, de inmediato corrió a donde yacía su tío, el cual parecía que se desmayaría en cualquier momento, se quitó la playera e intentó detener el sangrado mientras sostenía con ternura al mayor, aunque está molesto por su actitud terca nunca le levantaría la mano ni mucho menos hacerle una herida como está, su mirada preocupada se tornó seria al dirigirla a su hermano mayor, quien le cuestionaba en silencio; los tres jóvenes estaban petrificados en sus posiciones, también querían ayudar a Samuel, pues él fue el único que los ayudo con amabilidad y sinceridad, a veces cuando tenían tiempo libre y cuando no había nadie, se iban con el doctor para conversar, incluso en algunas ocasiones vieron unas películas o contaban anécdotas divertidas, parecía que era un buen tío, siempre preguntándoles por su salud, aconsejándoles y cuidándolos desde las sombras, el Señor y Rex sabían de su amistad, aunque no les agradó, sabían que eso podría hacerles de utilidad, pues tenían algo con que mantener a raya al mayor; ellos eran los juguetes de la mascota de los señores.

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