Capítulo: 27 "Una pequeña esperanza"

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México, hace 10 años

Los menores fueron llevados a una pequeña habitación, adentro se encontraba un hombre mayor, de aproximadamente cuarenta y cinco a cincuenta años, portaba un pantalón negro y una camisa blanca, usaba lentes de armazón oscura, tenía cabello grisáceo, su mirada era desanimada y cansada.

Aquel hombre los vio de reojo, con una expresión afligida en su rostro, los niños fueron empujados con fuerza, tropezándose entre ellos.

-Ya sabe que hacer doc. – Ordenó ese hombre de ceño fruncido y pantalones vaqueros.

-Ya sé, no me tienes que estar diciéndome que hacer a cada rato. – Sacó una jeringa de su maletín y torundas de algodón con alcohol.

El mayor tomo a la más pequeña de todos, una niña delgada y escuálida, de cabello opaco y despuntado, María intentó pelear, pero fue pateada en el abdomen, por lo que no pudo soportar la falta de aire y cayo de rodillas al suelo, comenzando a toser con desesperación.

Los chicos corrieron a su lado, al igual que ella, fueron arrojados al piso, cual basura. Eran pequeños, débiles e inocentes, por lo que no podían enfrentarse a alguien mucho más fuerte y grande que ellos, estaban en clara desventaja.

-...Ahhh... ¿Podrías no hacer eso frente a mí? Sabes que no me gusta esto. – Se quejó mientras insertaba la aguja en el brazo de la menor, la sangre comenzó a llenar el tubito de plástico, la menor se soltó a llorar, el dolor del piquete no era casi nada, pero al ver el dolor y frustración en el rostro de sus "hermanos" provocó que su corazón temblara y sus lágrimas se deslizaran por sus mejillas.

El doctor al ver llorar a la niña, no pudo evitar sufrir, por lo que trató que su voz sonará lo más amable posible. – Deja de llorar, ellos estarán bien, se obediente y ve con ellos en silencio o sino vas a enojar aquel ogro.

La infanta asintió, llorando se fue hacia ellos en silencio, el hombre al ver que el doctor todavía seguía siendo débil, no pudo evitar fruncir el ceño y tensar la mandíbula.

-¡¿Cuándo vas a entender que si sigues comportándote de esa forma tan patética solo lograrás salir herido?! – Preguntó molestó, pues verlo siempre amable y con un aura de inocencia hacía su sangre hervir, parecía un ángel con aureola a la vista de todos, pero ante sus ojos solo era un estúpido y patético ángel condenado a vivir en el Infierno, rodeados de demonios y muerte, era totalmente lamentable de ver.

-Tú sabes que no voy a cambiar, así que por favor puedes calmarte, solo provocarás asustarlos más de lo que están, no necesito que estén tenso y aterrados, puedo manejarlo solo. – Su mirada era firme y profunda, revelando un par de ojos de color azul oscuro.

Aquel hombre bufó y se fue con pasos firmes, gruñendo e insultando en el camino, cerró la puerta bajo llave y sus pasos se dejaron de oír.

-Niños cálmense, levántense del piso está sucio, deben estar aterrados por todo esto, pero traten de relajarse, preocuparse solo les hará daño. – Los menores lo vieron desconfiados, pero al no tener a nadie en quien confiar, esa persona es la que se veía menos amenazadora. Cinthya fue la primera en acercase.

-¿Qué van hacer con nosotros? – Preguntó nerviosa, María la tomó de la pierna para que no se fuera de su lado, su agarre frágil y tembloroso la hizo ver más débil de lo que aparentaba, pues todavía se sentía cansada y adolorida.

-Les explicaré esto, pero necesito que se calmen y no hablen fuerte, ese sujeto está ahí, escuchando a escondidas. – Comentó mientras se acercaba a ellos y se sentaba a su lado. Los menores retrocedieron algunos centímetros de él, ya que no confiarían ciegamente en sus palabras.

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