CAPÍTULO 11

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Sentí claridad en el rostro y abrí los ojos, eran las ocho, me levanté, me duché, hice mi rutina diaria y me puse un vestido y zapatillas, estaba cansada de tanto bailar en la noche, ya estaba lista, escuché que tocaban a la puerta, salí corriendo de la habitación y abrí la puerta, era Adam.

–Buenos días. – dijo.

–Buenos días.

–Parece que ya estás lista.

–Sí.

–¿Nos vamos?

–Vamos.

Tomé mis cosas y salimos del apartamento, cuando bajamos del edificio, afuera estaba la camioneta estacionada.

–Ya cambiaste de vehículo.

–Hoy iré por los niños, así que necesito la camioneta, pero no se preocupe señorita, ya tendremos otro baile para utilizar el auto.

–Aún me duelen los pies de bailar. – se rió.

–Solo fueron unas canciones.

–¿Unas?

–Bueno, varias.

–Además, tú no tenías tacones.

–Me rindo, no pueden ganarte.

–No, deberás acostumbrarte.

–Podré hacerlo.

Nos subimos a la camioneta y Adam comenzó a conducir, comenzamos a alejarnos de la ciudad.

–¿A dónde vamos?

–A desayunar.

–Lo sé, pero ¿a dónde?

–Eso es sorpresa.

–No me gustan las sorpresas.

–Pues deberás acostumbrarte porque a mí me gusta hacer sorpresas.

–Así que así te vengarás de esta forma porque no me pudiste ganar.

–Puede ser.

–Es injusto.

–No lo es.

–¿Qué es la sorpresa?

–No te diré.

–Por favor.

–No me vas a convencer.

–Uf.

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Continuamos con nuestro camino, llegamos a un restaurante al aire libre, entramos y nos llevaron a una mesa que había reservado, era frente a un lago donde había unos cisnes, era precioso.

–¿Y qué te parece?

–¡Es precioso!

–¿Te gustó la sorpresa?

–¡Me encantó!

–¿Valió la pena esperar?

–Sí.

Nos sentamos y vimos las cartas del menú, pedimos nuestros desayunos y nos los trajeron rápido, todo era precioso.

–Ayer me divertí mucho. – le dije.

–Yo también.

–Tenía mucho tiempo sin bailar.

–Yo desde que nacieron los enanos, tienes hijos y terminan los días de fiesta.

–Ni modo, responsabilidades de padre.

–Vale la pena, dejar todo y dedicarte a tus hijos.

–Sí.

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