Narra Debora.
La vida se me había vuelto bastante compleja con el nacimiento de mis hijos pero era feliz. Me sentía completa en todos los sentidos. Estaba con el hombre que amo, con mis hijos y concentrando el poco tiempo que tenía en mis negocios.
Trataba de atender a mis tres hijos por igual, darles amor a los tres, no quería que ninguno se sintiera desplazado mucho menos mi Matías. Cada día se volvía más difícil para mi y Anthony no era de mucha ayuda, por eso terminé aceptando otra niñera.
Mis 2 bodoques ya comenzaban a dar sus primeros pasos y comían solos. Había empleado una nueva técnica que se trataba que ellos tocaran y sintieran la textura de su comida con sus manitas, ya después aprenderían a comer con cubiertos. Hasta el momento estaba funcionando a la perfección aunque dejaban un cochinero terrible y quedaban embarrados por todos lados pero el más feliz era Gordo que parecía una aspiradora comiéndose los restos de comida que había en el suelo.
Anthony salía de vez en cuando al estudio de grabación. Habíamos tenido infinidad de peleas por que él seguía viendo a sus músicos e ingenieros mientras yo estaba muerta de pánico por ese maldito virus. Ambos estábamos cansados de vernos las 24 horas del día, ambos necesitábamos espacio. Con el transcurso de esta maldita pandemia aprendimos a tomar las medidas necesarias para seguir con nuestras actividades sin exponernos.
Cuando Anthony salía yo aprovechaba para ponerme al día con lo de la empresa, jamas imagine que podía ser tan demandante. Gracias a Dios encontré a la persona indicada que me ha estado salvando el culo cuando la empresa se pone en números rojos.
–Mamá, a que horas llega papá?– me pregunta Matías asomándose desde la puerta. Aveces me da cierto pinchazo en el estómago que lo prefiera antes que a mi.
Cierro la laptop que tengo en las piernas y le pido que se acerque.
–No se mi amor, sabes que aveces suele demorarse. ¿Necesitas algo?– lo siento en mis piernas y peino su cabello.
–A mi papá– sonríe por que sabe lo que eso causa en mi. Son igual de cabrones él y su padre.
–¿ah si?– comienzo a hacerle cosquillas y él se ríe.– que puede darte papá que no te pueda dar yo– sigo sometiéndolo a mi ataque de cosquillas.
–Basta, mamá, ya– no puede dejar de reírse y de retorcerse en mis brazos.
–¿Que le estás haciendo a mi muchacho?– escuchamos la voz de Anthony y Matías corre a abrazarlo.
Los amo, mucho.
Anthony lo carga y se secretean algo sin dejar de reírse mientras yo los observo tratando de descifrar su plan.
Ambos se van sobre mi "tratando" de hacerme cosquillas pero lo único que hacen es encajarme los dedos en la piel lastimándome pero aún así me divierto con ellos.
Más tarde mientras Anthony duerme a Matías, yo aprovecho para dar un último vistazo a mis bebés que duermen plácidamente. Antonella se esta chupando un dedo y mi niño está abrazando un osito de peluche. No es por que Sean mis hijos pero en verdad son adorables.
–¿Y a mi cuando me toca que me des un poquito de atención?– Anthony desliza sus manos por mi cintura por detrás y me besa el cuello.
–Cuando mis hijos Sean autosuficientes y no necesiten a su mamá.
–Se me va a descomponer de no usarlo– se ríe y me rio junto a él. Entendí su referencia.
–pero si la usaste antier– me giro entre sus brazos y lo encaro.
–Nunca es suficiente cuando se trata de ti mi amor– sonríe, me besa y lo paro cuando siento sus manos apretándome el trasero.
Lo saco del cuarto de mis bebés y lo llevo al nuestro. Pongo el seguro de la puerta y lo acorralo hasta llevarlo al borde la cama para que se siente en ella.
–¿Me amas?– le pregunto sacándole la camisa blanca que lleva puesta.
–No– se ríe. Me toma de las caderas y me acerca a él. Sube mi blusa y deja un beso en mi abdomen.
Mi celular timbra, veo quien es y dejo el teléfono con la pantalla boca abajo para seguir en lo que estaba.
–¿Quien era?– pregunto.
–¿Me amas?– volví a preguntar para evadir su pregunta. Pasé la mano por su cabello mientras él desabrochaba los botones de mi blusa.
–Hasta el infinito mami, lo sabes.
–Nunca ames a nadie como me amas a mi– me hinco entre sus piernas viéndolo a los ojos.
–No lo haré– se recarga hacia atrás sobre sus manos para dejarme que le desabroche el pantalón. No deja de mirarme y sus ojos tan oscuros me siguen volviendo loca.
Este hombre es mi TODO. Mi Lujuria, mi tentación, mi perdición... Mi amor.
Su forma de tomarme a la hora de hacerme suya, era la combinación perfecta, agresivo pero cuidadoso. Las guarradas que me susurraba al oído me hacía perder el juicio mientras me hacía retorcerme de placer bajo de su cuerpo.
–Eres Mía...– me giro y me jalo del cabello dejándome con los brazos sobre la cama y el detrás mío, estampando su mano sobre mi trasero. Me gustaba cuando se ponía posesivo por que si, maldita sea, era suya, solo suya.
Escuchar sus respiración agitada y alguno que otro gruñido mientras se deslizaba dentro de mi con fuerza mientras me tomaba por el cuello y me jalaba hacia atrás para besarme sin dejar de moverse.
Me lleno la espalda de besos, puso su mano en mi espalda y me empujó con fuerza sobre la cama dejándome con el trasero arriba. Mordí mis labios al sentir que estaba cerca del placer más intenso que se intensificaba más con cada arremetida. Nuestros cuerpos colapsaron y se acostó a mi lado.
Este de Santo no tenía más que el apellido.
–No se si eres mi bendición o mi maldición– me sonrió y peino mi cabello.
–Definitivamente tu maldición– lo bese y me acosté sobre su pecho.
