1. Una fruta o un color

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Sarah Rodriguez

— Necesito que lleves lo que quieras donar a la casa de la señora Flores antes de la siguiente semana.

Mi madre no paraba de hablar mientras malabareaba con una caja entre la cadera y su brazo en donde trataba de meter la mayor ropa posible, asentí con la cabeza para luego tener que decirlo verbalmente para que no me regañara. Levante la cabeza de la almohada para poder ver mi calendario al lado de la cama, mañana empezaba la escuela de nuevo, ni siquiera había disfrutado las pequeñas vacaciones, salí con las chicas algunas veces pero en las películas son más largas. Deje caer la cabeza de nuevo en la almohada de forma brusca mientras gruñía, no quería levantarme.

— Buenos días, dolor de cabeza.

Mi hermano tenia un café en sus manos, se lo arrebate para darle un sorbo, senti el calor quemarme la carganta y el sabor amargo de un café negro llenar mi estomago, no me dejaban tomarlo porque según mi mamá no era bueno pero Elias siempre estaba allí para ofrecerme un poco. Me arrastro hasta la cocina como si fuera un cuerpo sin vida, sin vida pero bien arreglada o eso pensaba yo.

— ¿Nos vamos? — preguntó cuando estaba sacando un plato para servir cereal. — Te invito a desayunar de camino.

Acepté tomando mi mochila del perchero de la entrada, estaba allí desde el lunes y ni siquiera habia sacado nada así que las llaves de mi casa y mi cartera probablemente seguirán allí. Mis padres habían dejado una nota en el recibidor "trabajo hasta tarde. - papá" y "comida con mis amigas - mamá" se podía leer con dos caligrafía diferentes, era lo que siempre dejaban así que solo lo arranque y lo deje tirado.

Elías abrió y cerró mi puerta al subir a la camioneta como todo un caballero y comenzó a conducir hacia el centro de la ciudad.

— ¿Cómo te sientes? — preguntó sin quitar la vista del frente. — En unos meses serás una universitaria.

— No es para tanto. Soy la misma persona que siempre.

— ¿Que no es para tanto? Sarah, eso es increíble. — Ahora sí que me miro. — pero tienes razón, eres la misma persona que siempre porque aun no has madurado.

— Está bien, señor madurez. ¿Te levantaste erudito hoy?

Para hacer énfasis en mi comentario señale a la pequeña bailarina hawaiana frente a nosotros en el tablero de la camioneta que movía sus caderas con las calles, Elías la había comprado porque le gustaba como se veían en las películas.

— ¿Sabes que me ayudo a mi? Hacer una lista.

— Odio hacer lista, todo lo que quiero lo tengo aquí. — señalé mi cabeza.

Elías soltó una pequeña risa pero no volvió al tema mientras conducía los últimos minutos a uno de los restaurantes de la ciudad, era esos restaurantes de hoteles que dejan entrar a las personas aunque no se estuvieran hospedando, era nuestro lugar preferido para comer desde que éramos pequeños y veníamos cuando nuestros padres se iban, o sea casi siempre.

— Buenos días, — saludo mi hermano a cualquiera que pasara junto a él.

— ¿Desde cuándo eres tan amable?

— Desde que me di cuenta que tengo una hermana menor a la que educar.

Le lanze mi servilleta que tomó vuelo en el camino y salió volando hacia el otro lado del establecimiento, Elías solo sonrió dándose la vuelta para poder ordenar, ordenaba por los dos pues sabía lo que yo iba a pedir. Saqué mi celular para matar un poco el tiempo mientras mi hermano trataba de coquetear en forma de broma, o eso espero, con la mujer de mayor edad que nos tomaba la orden. Una ola de mensajes invadió mi entrada cuando me conecté al internet del hotel, casi todos del mismo grupo de whatsapp.

Ella es bonitaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora