Isabel Caballero
La arena me raspaba la planta del pie al correr sin mirar atrás. Nadie lo hacía porque lo que queríamos era llegar sanos y salvos al hotel, necesitábamos sentirnos seguros por mucho que los chicos frente a mi se quejaran de la sangre en su cara. A pesar de eso el ambiente era demasiado alegre, Emiliano gritaba al aire mientras Daniel se reía de sí mismo y mi hermano daba traspiés en la arena mientras corría. Por mi parte me sentía extraña, como si ver a mi hermano pelear mis batallas me liberara de alguna forma, después de todo también se estaba defendiendo a él mismo. Aun así odiaba que las personas se pelearan, mucho mas cuando era físico y cuando mis amigos formaban parte de ellas porque no veía necesidad de los golpes. Mi mente estaba corriendo también al mil por hora, imaginando los regaños de nuestros padres, lo que íbamos hacer después de eso, preocupándome por mis amigos por si alguna vez Samuel los vuelva a buscar, todo parecía abrumarme hasta que una voz hizo que todo eso se callara de repente.
— Isabel.
Estábamos a menos de veinte metros de las luces que iluminaban el terreno de la villa pero me paré en seco dándome la vuelta.
— ¿Sarah?
Su cabello largo se movió hacia su cara golpeándola por el viento, no llevaba zapatos puestos ni en sus manos así que probablemente los había dejado en algún lugar de la fiesta. Era extraño que estuviera aquí, que nos hubiera seguido, probablemente su novio y los demás venían detrás de ella, me pare de puntas para tratar de ver en la oscuridad tras ella pero no había nadie. La razón por la que estaba frente a mi se mostró con la primera frase.
— Te odio.
El silencio reinó después de eso, solo estaba el ruido de las olas golpeando fuertemente. Detrás de mí, mi hermano hablo.
— Chicos, vamos.
Sabía que no me dejarían realmente sola por miedo, por todo lo que había pasado recién pero me iban a dar mi espacio aunque sea un poco. Todos menos Natalia que me tomó de la mano desde detrás.
— ¿Por qué me odias, Sarah?
— Eres una maldita enferma. — no me esperaba eso. De igual forma no me dejó hablar. — Te odio por la forma en la que quisiste cambiar, en la que me metiste ideas a la cabeza.
— Yo no hice nada, Sarah. — Mi voz estaba extrañamente calmada, era como si me hubiera acostumbrado a sus insultos. Pero no me había acostumbrado a que me mirara de esa forma, como si en verdad le diera asco.
— Regresame a no saber nada de esto. Regresame a no conocerte.
Y entonces su sentimiento de enojo comenzó a pegarse a mí, no tenía ningún derecho de hablarme así, no después de lo que pasó en la fiesta, no después de besarme. Pero no le iba a dar la satisfacción de volverme a lastimar, se lo debía a la pequeña Isa de doce años que lloraba cada que llegaba de la escuela.
— Créeme que yo quiero lo mismo. — su boca se abrió para dejar salir otro vómito de insultos pero yo me le adelante. — en cuanto a lo demás, no es mi culpa que descubrieras tu sexualidad conmigo y sobre todo no es mi culpa que seas tan cobarde como para negarla.
El comentario le dolió porque sus ojos se entrecerraron lanzando un golpe con el puño cerrado al aire, estábamos lo suficientemente separadas para que no me tocara en absoluto y levanté la cabeza sin quitarle los ojos de encima. En mi interior me estaba tratando de convencer que no quería lastimarla pero la verdad era que si quería hacerlo, quería que le doliera tanto, que lamentara todo lo que me había hecho todos esos años.
Me iba a dar la vuelta, dejarla allí después de haberle soltado tremenda bomba pero no podía, mis pies estaban anclados en la arena como un gran barco que había llegado a su destino. Sarah no era mi destino.
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Ella es bonita
RomanceElla es bonita Aunque tiene mal humor Aunque no me quiere a mí Ella es bonita Sarah se hizo una promesa, arreglar todo lo que hizo mal antes de entrar a la universidad. Entre ellas pedirle disculpas a su mejor amiga de la infancia por todo lo que la...