16. Por preguntar no se cobra

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Sarah Rodríguez

No podía creer que me estaba haciendo esto, había corrido desde la escuela después de cambiarme en los baños y estaba en la parada del autobús más cercana, Isabel me había advertido que no podía usar mi camioneta, que era parte de la maravilla ir en el autobús con ella, nunca había estado en el transporte público.

Miré a todos lados buscándola, según ella estaría aquí conmigo, pero nadie estaba en la calle a pesar de ser las tres de la tarde y estaba a punto de acobardarme cuento el transporte para frente a mí. Una Isabela sonriente me saludo desde adentro de forma tan exagerada saltando en su asiento, el chofer le dedicó una mirada de desagrado mientras yo subía y me sentaba a su lado. Si ella no hubiera estado aquí, yo no hubiera puesto un pie dentro del sucio medio de transporte.

— No que muy bien vestida. — me burlé mirándola de arriba abajo.

— Amiga, si voy al tianguis con una falda estaría loca.

— Eres una exagera... ¿dijiste tianguis? — la risa que soltó me dio la respuesta mientras la golpeaba en el hombro enojada.

Había ido al tianguis claro, una vez cuando tenía cuatro años, pero eso era todo, evitaba salir los días de mercado porque las calles del centro estaban llenas y me rehusaba a pasar por las calles cerradas en donde la gente vendía fruta, comida y ropa todo en el mismo lugar de la forma más insana.

— Tú solo relájate. — aconsejo, yo solo me removí en mi asiento mientras el autobús sorteaba la gente en la calle.

Me tuve que sostener del asiento de enfrente para no caer al piso cuando el chofer dio una vuelta brusca en una de las esquinas y mentaba la madre con su claxon y su boca al chofer junto a él. Una camioneta roja se le había cerrado y ahora estaban peligrosamente cerca, él dio otro arrancón.

— ¡No traes vacas! — gritó una mujer detrás mío. Isa rio de nuevo y la voltee a ver.

Estaba teniendo demasiada diversión con todo esto y solo llevábamos transitadas dos calles, sabía que terminaría demasiado burlada, pero yo había aceptado todo esto. La voz de mi hermano sonaba en mi cabeza cada vez que pensaba en bajar del vehículo, si terminaba asaltada y con trauma lo haría sentir tan culpable.

La música del autobús era fuerte, y los dados en el tablero se balanceaban con el auto, el chofer silbaba felizmente al ritmo de la música y no sabía que tan seguro era que con una mano más o menos manejaba mientras con la otra contestaba mensajes en su celular.

— ¿Te gusta?

— Oh sí, mi sueño siempre fue ir en un microbús con cumbias mientras casi muero.

— Solo fue una... — se interrumpió con el freno del chofer, su pecho había golpeado con el asiento de enfrente. — Puta madre, ¡no trae vacas!

Ahora yo me reí de ella a pesar de verse adolorida por el golpe, se lo merecía por llevarme en este lugar. Cuando era nuestro momento de bajarnos ella solo se levantó y grito un "bajan" bastante fuerte para que se escuchara sobre la música, el hombre frenó bruscamente y de nuevo tuve que tomar lo más próximo para que no me cayera, esta vez era la mano de Isa, la rubia me ayudo a bajar dejándole el dinero al hombre en el tablero, llevábamos las manos entrelazadas cuando bajamos.

— Primer obstáculo completado exitosamente. — hablo con una sonrisa. — Felicidades señorita Sarah, ha ascendido a whitexican nivel menos uno.

El término me pareció innecesario y comienza a pelear con ella si no estuviera ya jalándome para atravesar la calle sin que nadie nos atropellara.

— ¿Vamos a comprar ropa de tianguis?

— No vamos, vas. — me corrigió.

Las personas en las calles céntricas de la ciudad eran demasiadas, teníamos que bajarnos de la acera para poder caminar y al mismo tiempo teníamos que fijarnos para que no nos atropellara ningún carro. Los ruidos del tianguis llegaron a mis oídos antes de verlo por completo, gente gritando precios, chiflidos, personas hablando por bocinas y muchas voces mezcladas. Isa me tomó de la mano para no perderme cuando nos adentramos entre la masa de gente y entre los puestos. Las lonas amarillas sobre mi cabeza distorsionaban la luz del sol entre algo más brillante mientras mujeres me hablaban al oído sin quererlo sobre si quería comprar un kilo de tomates. Yo trataba de evitar todo, pero cuando me encontraba de frente a un vendedor solo negaba cortésmente y seguía a Isa.

Ella es bonitaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora